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La vida sigue



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del 99,9% de ellos) es descomponerse en la nada. Cuando se te apague la chispa, todas las moléculas que posees se desprenderan de ti, o se dispersaran, y pasaran a utilizarse en algún otro sist= ema. Así son las cosas. Aunque consigas figurar en el pequeño grup= o de organismos, ese menos del 0,1%, que no resulta devorado, las posibilidades de que acabes convertido e= n un fósil son muy pequeñas.

Para convertirse en un fósil tien= en que suceder varias cosas. Primero, tienes que morir en el lugar adecuado. Sólo el 15% de las rocas aproximadamente puede preservar fósi= les, así que de nada sirve desplomarse sobre un futuro emplazamiento de granito. En términos practicos, el difunto debe acabar enterr= ado en un sedimento en el que pueda dejar una impresión, como la de una = hoja en el barro, o descomponerse sin exposición al oxígeno, permitiendo que lasmoléculas de sus huesos y partes duras (y muy de cuando en cuando partes mas blandas) sean sustituidas por minerales disueltos, creandose una copia petrificada del original. Luego, cuan= do los sedimentos en los que yace el fósil sean despreocupadamente prensados, plegados y zarandeados de un lado a otro por los procesos de la Tierra, el fósil debe mantener de algún modo una forma identificable. Finalmente, pero sobre todo, después de decenas de millones o tal vez centenares de millones de años oculto, debe encontrarlo alguien e identificarlo como algo digno de conservarse.



Sólo un hueso de cada mil millones aproximadamente se cree que llega= a fosilizarse alguna vez. Si es así, significa que el legado fó= sil completo de todos los estadounidenses que viven hoy (es decir, 270 millones= de individuos con 206 huesos cada uno) sólo seran unos so huesos= , la cuarta parte de un esqueleto completo. Eso no quiere decir, claro, que vaya= a encontrarse realmente alguna vez alguno de esos huesos. Teniendo en cuenta que se pueden enterrar en cualquier parte dentro de un area de algo mas de = 9,3 millones de kilómetros cuadrados, poco de la cual va a ser excavado alguna vez, mucho menos examinado, sería una especie de milagro que = se encontrasen. Los fósiles son en todos los sentidos evanescentemente raros. La mayor parte de lo que ha vivido en la Tierra no ha dejado atras el menor recuerdo. Se ha calculado que sólo ha consegui= do acceder al registro fósil menos de una especie de cada diez mil. Eso= es ya porsí solo una porción clamorosamente infinitesimal. Sin embargo, si aceptas la estimación común de que la Tierra ha producido 30.000 millones de especies de criaturas a lo largo de su periodo= de existencia, y la afirmación de Richard Leakey y Roger Lewin (en La s= exta extinción) de que hay 250.000 especies de criaturas en el registro fósil, eso reduce la proporción a sólo una de cada 120.000. En suma, lo que poseemos es una muestra mínima de toda la v= ida que ha engendrado la Tierra.

Ademas, el registro que tenemos es totalmente sesgado. La mayor&iacu= te;a de los animales terrestres no muere en sedimentos, claro. Caen en campo abierto y son devorados o= se pudren y se descomponen sin dejar rastro. Así que el registro fósil esta casi absurdamente sesgado en favor de las criaturas marinas. Aproximadamente, el 95% de todos los fósiles que poseemos s= on de animales que vivieron en tiempos bajo el agua, casi todos ellos en mares poco profundos.



Menciono todo esto con la finalidad de explicar por qué un día gris de febrero acudí al Museo de Historia Natural de Londres a ver = a un paleontólogo alegre, levemente arrugado y muy agradable, llamado Ric= hard Fortey.

Fortey sabe muchísimo de muchísimas cosas. Es el autor de un = libro irónico y espléndido titulado La vida: una biografía no autorizada, que cubre todo el panorama de la creación animada. Pero = su primer amor es un tipo de criatura marina, los llamados trilobites, que llenaban en tiempos los mares ordovícicos pero que no han existido durante muchotiempo mas que como forma fosilizada. Todos los trilobites comparten un = plano corporal basico de tres pa= rtes, o lóbulos (cabeza, cola, tórax), al que deben su nombre. Fort= ey encontró el primero cuando aún era un niño que andaba = trepando por las rocas de la bahía de St. David, en Gales. Quedó enganchado de por vida.

Me llevó a una galería de altos armarios metalicos. Estaban todos ellos llenos de cajones de poco fondo, y cada cajón es= taba lleno a su vez de trilobites pétreos… había 20.000 especímenes en total.

-Parece un número muy grande -aceptó-, pero tienes que record= ar que millones y millones de trilobites vivieron durante millones y millones = de años en los mares antiguos, así que veinte mil no es un número tan inmenso. Y la mayoría de ellos son sólo especímenes parciales. El hallazgo de un fósil de trilobite completo aún es un gran acontecimiento para un paleontólogo.<= br>
Los trilobites aparecieron por primera vez (totalmente formados, al parecer= de la nada) hace unos 540 millones de años, en fechas próximas al inicio de la gran explosión de vida compleja vulgarmente conocida co= mo la explosión cambrica, y luego se desvanecieron, junto con mu= chas cosas mas, en la gran, y aún misteriosa, extinción pérmica unos 300.000 años después. Como sucede con todas las criaturas extintas, se siente uno, como es natural, tentado a considerarlo= s un experimento fallido, pero en realidad figuraron entre los animales de mayor éxito que hayan existido. Reinaron a lo largo de 300 millones de años, eldoble que los dinosaurios, que figuran también entre = los grandes supervivientes de la historia. Los humanos, señala Fortey, h= an sobrevivido hasta ahora la mitad del 11% de ese periodo.

Con tanto tiempo a su disposición, los trilobites proliferaron prodi= giosamente. La mayoría se mantuvieron de pequeño tamaño, ma= s o menos de la talla de los escarabajos modernos, pero algunos llegaron a ser = tan grandes como bandejas. Formaron en total un mínimo de 5.000 géneros y 60.0= 00 especies… aunque aparecen continuamente mas. Fortey habí= ;a estado hacía poco en una conferencia en Suramérica donde le había abordado una profesora de una pequeña universidad argentina<= /st1:place> de provincias.

Tenía una caja que estaba llena de cosas interesantes… trilobi= tes que no se habían visto hasta entonces en Suramérica, ni en ninguna otra parte en realidad, y muchísimas cosas mas. No disponía de servicios de investigación para estudiarlas ni de fondos para buscar mas. Hay zonas extensas del mundo que estan aún inexploradas.

-¿Por lo que se refiere a los trilobites?

No, por lo que se refiere a todas las cosas.

Los trilobites fueron casi las únicas formas conocidas de vida compl= eja primitiva a lo largo del siglo XIX, y fueron coleccionados y estudiados por esa razón. El gran misterio que planteaban era su aparición súbita. Hoy incluso,= como dice Fortey, puede resultar asombroso acercarse= a una formación apropiada de rocas y abrirte paso hacia arriba a trav&eacu= te;s de los eones, sin encontrar absolutamente ninguna vidavisible y, luego, de pronto, «saltara a tus manos expectantes un Pro fallotaspis en= tero o un Elenellus, grande como un cangrejo». Eran criaturas con extremidades, agallas, sistema nervi= oso, antenas sondeadoras, «una especie de cerebro», en palabras de Fortey y los Ojos mas extraños que se hayan visto jama= s. Hechos de varillas de calcio, el mismo material que forma la piedra caliza, constituyen el sistema visual mas antiguo que se conoce. Aparte de e= sto, los trilobites mas antiguos no formaban una sola especie audaz, sino= docenas, y no aparecieron en uno o dos sitios sino por todas partes. Mucha gente reflexiva del siglo XIX consideró esto prueba de la intervención de Dios y = una refutación de los ideales evolucionistas de Darwin. Si la evolución procedió con lentitud, preguntaban, cómo explicaba Darwin esa aparición súbita de criaturas complejas plenamente formad= as. La verdad es que no podía.



Y así parecían destinadas a seguir las cosas para siempre has= ta que, un día de 1909, tres meses antes del quincuagésimo aniversario d= e la publicación de El origen de las especies de Darwin, un paleontólogo llamado Charles Doolittle Walcott hizo un descubrimiento extraordinario en las Rocosas canadienses.

Walcott había nacido en 1850 y se había criado cerca de Utica, Nueva York, en una familia de medios modestos, que se hicieron mas modestos aún con la muerte súbita de su padre cuando Charles = era muy pequeño. Descubrió de niño que tenía una habilidad especial para encontrar fósiles, sobre todotrilobites, y reunió una colección lo suficientemente importante como para que la c= omprara Louis Agassiz para su museo de Harvard por una pequeña fortuna, unos 65.000 euros en dinero de hoy. Aunque apenas poseía una formaci&oacu= te;n de bachiller y era en ciencias un autodidacta, Walcott se convirtió = en una destacada autoridad en trilobites y fue la primera persona que demostró que eran artrópodos, el grupo en el que se incluyen = los insectos y crustaceos modernos.

En 1879, Walcott consiguió un trabajo como investigador de campo en el recién creado Servicio Geológico de Estados Unidos. Desempeñó el puesto con tal distinción que, al cabo de quince años, se había convertido en su director. En 1907 fue nombrado secretario del
Instituto Smithsoniano, cargo que conservó hasta 1927, en que murió. A pesar de sus obligaciones administrativas siguió haciendo trabajo de campo y escribiendo prolíficamente. «Sus libros ocupan todo el estante de una biblioteca», según Fortey. Fue también, y no por casualidad, director fundador del Comité Nacional Asesor para= la Aeronautica, que acabaría convirtiéndose en la NASA, y bien se le puede considerar por ello el abuelo de la era espacial.

Pero, por lo que se le recuerda hoy, es por un astuto pero afortunado descubrimiento que hizo en la Columbia Britanica, a finales del vera= no de 1909, en el pueblecito de Field, encima de él mas bien, muy arriba. La versión tradicional de la historia es que Walcott y su es= posa iban a caballo por un camino de montaña, y el caballo de suesposa resbaló en unas piedras que se habían desprendido de la lader= a. Walcott desmontó para ayudarla y descubrió que el caballo había dado la vuelta a una losa de pizarra que contenía crustaceos fósiles de un tipo especialmente antiguo e insólito. Estaba nevando -el invierno llega pronto a las Rocosas canadienses-, así que no se entretuvieron. Pero al año siguie= nte Walcott regresó allí en la primera ocasión que tuvo. Siguiendo la presunta ruta hacia el sitio del que se habían desprend= ido las piedras, escaló unos 22 metros, hasta cerca de la cumbre de la montaña. Allí, a 2.400 metros por encima del nivel del mar, encontró un afloramiento de pizarra, de la longitud aproximada de una manzana de edificios, que contenía una colección inigualable = de fósiles de poco después de que irrumpiera la vida compleja en= deslumbrante profusión… la famosa explosión cambrica. Lo que Walcott había encontrado era, en realidad, el grial de la paleontología. El afloramiento pasó a conocerse corno Burgess Shale (la «losa» o «pizarra» de Burgess), por el no= mbre de la montaña en que se encontró, y aportaría durante mucho tiempo «nuestro único testimonio del comienzo de la vida moderna12 en toda su plenitud», como indicaba el difunto Stephen Jay Gould en su popular libro La vida maravillosa.

Gould, siempre escrupuloso, descubrió, leyendo los diarios de Walcot= t, que la historia del descubrimiento de Burgess Shale parecía estar un poco adornada (Walc= ott no hace mención alguna de que resbalase un caballo o estuviesenevand= o), pero no hay duda de que fue un descubrimiento extraordinario.

Es casi imposible para nosotros, cuyo tiempo de permanencia en la Tierra sera de sólo unas cuantas décadas fugaces, apreciar lo alejada en el tiempo de nosotros que esta la explosión cambrica. Si pudieses volar hacia atras por el pasado a la ve= locidad de un año por segundo, tardarías una media hora en llegar a la época de Cristo y algo mas de tres semanas en llegar a los inicios de la vida humana. Pero te llevaría veinte años llega= r al principio del periodo Cambrico. Fue, en otras palabras, hace muchísimo tiem= po, y el mundo era entonces un sitio muy distinto.

Por una parte, cuando se formó Burgess Shale, hace mas de 500 millones de años, no estaba en la cima de una montaña sino al= pie de una. Estaba concretamente en una cuenca oceanica poco profunda, al fondo de un abrupto acantilado. En los ma= res de aquella época pululaba la vida, pero los animales no dejaban normalmente ningún resto porque eran de cuerpo blando y se descomponían después de morir. Pero en Burgess el acantilado = se desplomó y las criaturas que había abajo, sepultadas en un al= ud de lodo, quedaron aplastadas como flores
en un libro, con sus rasgos conservados con maravilloso detalle.

Walcott, en viajes anuales de verano, entre 1910 y 1925 (en que tení= a ya setenta y cinco años), extrajo decenas de miles de especímenes (Gould habla de 80.000; los comprobadores de datos de National Geographic, = que suelen ser fidedignos, hablan de 60.000), que sellevó a Washington para = su posterior estudio. Era una colección sin parangón, tanto por = el número de especímenes como por su diversidad. Algunos de los fósiles de Burgess tenían concha; muchos otros no. Algunas de las criaturas veían, otras eran ciegas. La variedad era enorme, 140 especies según un recuento. «Burgess Shale indicaba una gama de disparidad en el diseño anatómico que nunca se ha igualado y a la que no igualan hoy todas l= as criaturas de los mares del mundo», escribió Gould.

Desgraciadamente, según Gould, Walcott no fue capaz de apreciar la importancia de lo que había encontrado. «Walcott, arrebatandole la derrota de las fauces a la victoria -escribió Gould en otra obra suya, Ocho cerditos-, pasó luego a interpretar aquellos magníficos fósiles del modo mas erróneo posible.» Los emplazó en grupos modernos, convirtiéndol= os en ancestros de gusanos, medusas y otras criaturas de hoy, incapaz de aprec= iar su caracter distinto. «De acuerdo con aquella interpretación, –se lamenta Gould-, la vida empezaba en la sencillez primordial y avanzaba inexorable y predeciblemente hacia má= ;s y mejor.»

Walcott murió en 1917 y los fósiles de Burgess quedaron en gr= an medida olvidados. Durante casi medio siglo permanecieron encerrados en cajo= nes del Museo Americano de Historia Natural de Washington, donde raras veces se consultaban y nunca se pusieron en entredicho. Luego, en 1973, un estudiante graduado de la Universidad de Cambridge llamado Simon Conway Morris hizo una visita a la colección. Sequedó asombrado con lo que encontró. Los fósiles eran mucho mas espléndido= s y variados de lo que Walcott había explicado en sus escritos. En taxonomía, la categoría que describe los planos corporales basicos de los organismos es el filum, y allí había, en opinión de Conway Morris, cajones y cajones de esas singularidades anatómicas… y, asombrosa e inexplicablemente, el hombre que las había encontrado no había sabido verlo.

Conway Morris, con su supervisor Harry Whittington y un compañero también estudiante graduado, Derek Briggs, se pasaron varios a&ntild= e;os revisando sistematicamente toda la colección y elaborando una interesante monografía tras otra mientras iban haciendo descubrimien= to tras descubrimiento. Muchas de las criaturas utilizaban planos corporales q= ue no eran sólo distintos de cualquier cosa vista antes o despué= s, sino que eran extravagantemente distintos. Una de ellas, Opabinia, ten&iacu= te;a cinco ojos y un hocico como un pitorro con garras al final. Otra, un ser con forma de disco llamado Peytoia, resultaba casi cómico porque parecía una rodaja circ= ular de piña. Una tercera era evidente que había caminado tambalea= nte sobre hileras de patas tipo zancos y era tan extraña que la llamaron Hallucigenia. Había tan= ta novedad no identificada' en la colección que, en determinado momento, se dice que se oyó murmurar a Conway Morris al abrir un cajón: «Joder, no, otro filum».

Las revisiones del equipo inglés mostraban que el Cambrico había sido un periodo de innovación y experimentación sinparalelo en el diseño corporal. Durante casi 4.000 millones de años, la vida había avanzado parsimoniosamente sin ninguna ambición aprecia= ble en la dirección de la complejidad, y luego, de pronto, en el transcu= rso de sólo cinco o diez millones de años, había creado to= dos los diseños corporales basicos aún hoy vigentes. Nombra una criatura, desde el gusano nematodo a Cameron Diaz, y todos utilizan una arquitectura que se creó en la fiesta cambrica.

Pero lo mas sorprendente era que hubiese tantos diseños corporales que no habían conseguido dar en el clavo, digamos, y dejar descendientes. Según Gould, al menos y tal vez hasta 2020 de los animales de Burgess no pertenecían a ningún filum identificad= o. (El número pronto aumentó en algunos recuentos populares hasta los 100… bastante mas de lo que pretendieron nunca en realidad los científicos de Cambridg= e.) «La historia de la vida –escribió Gould- es una historia= de eliminación masiva seguida de diferenciación dentro de unos cuantos linajes supervivientes, no el cuento convencional de una excelencia, una complejidad y una diversidad continuadas y crecientes.» Daba la impresión de que el éxito evolutivo era una lotería.
Una criatura que sí consiguió seguir adelante, un peque&ntild= e;o ser gusaniforme llamado Pikaia gracilens, se descubrió que ten&iacut= e;a una espina dorsal primitiva, que lo convertía en el antepasado mas antiguo conocido de todos lo vertebrados posteriores, nosotros i= ncluidos. Pikaia no abundaban ni mucho menos entre los fósiles deBurgess, así que cualquiera sabe lo cerca que pueden haber estado de la extinción. Gould, en una cita famosa, deja muy claro que considera el éxito de nuestro linaje una chiripa afortunada: «Rebobina la c= inta de la vida hasta los primeros tiempos de Burgess Shale, ponla en marcha de nuevo desde un punto de partida idéntico y la posibilidad de que alg= o, como la inteligenc= ia humana, tuviese la suerte de reaparecer resulta evanescentemente pequeña».

Gould publicó La vida maravillosa en 1989 con aplauso general de la crítica y fue un gran éxito comercial. En general no se sabía que muchos científicos no estaban en absoluto de acuerdo con sus conclusiones y que no iban a tardar mucho en ponerse muy feas las cosas. En el contexto del Cambrico, lo de «explosión&ra= quo; pronto tendría mas que ver con furias modernas que con datos fisiológicos antiguos.

Hoy sabemos, en realidad, que existieron organismos complejos cien millones= de años antes del Cambrico como mínimo. Deberíamos haber sabido antes mucho mas. Casi cuarenta años después de que Walcott hiciese su descubrimiento en Canada, al otro lado del planeta, en Australia, un joven geól= ogo llamado Reginald Sprigg encontró algo aún mas antiguo e igual de notable a su manera.

En 1946 enviaron a Sprigg, joven ayudante de geólogo de la administración del estado de Australia del sur, a inspeccionar minas abandonadas de las montañas de Ediacaran, en la cordillera de Flinde= rs, una extensión de paramo calcinado por el Sol situado unos 500 kilómetros al nortede Adelaida. El propósito de la inspección era comprobar si había alguna de aquellas viejas m= inas que pudiese ser rentable reexplotar utilizando técnicas mas modernas, por lo que Sprigg no estaba estudiando ni mucho menos rocas superficiales y aún menos fósiles. Pero un día, cuando estaba almorzando, levantó despreocupadamente un pedrusco de arenisc= a y comprobó sorprendido (por decirlo con suavidad) que la superficie de= la roca estaba cubierta de delicados fósiles, bastante parecidos a las impresiones que dejan las hojas en el barro. Aquellas rocas databan de la explosión cambrica. Estaba contemplando la aurora de la vida visible.

Sprigg envió un artículo a Nature, pero se lo rechazaron. Así que lo leyó en la siguiente asamblea anual de la Asociación para el Progreso de la Ciencia de Australia y Nueva Zelan= da, pero no consiguió la aprobación del presidente de esa entidad, que dijo que las huellas de Ediacaran no eran mas que «marcas inorganicas fortuitas»…, dibujos hechos por el viento, la lluvia o las mareas, pero no seres vivos. Sprigg, que aún no daba por perdidas sus esperanzas, se fue a Londres y presentó sus hallazgos e= n el Congreso Geológico Internacional de 1948, donde tampoco consigui&oac= ute; despertar interés ni que se le creyera. Finalmente, a falta de una salida mejor, publicó sus descubrimientos en Transactions of the Roy= al Society of South Australia. Después dejó su trabajo de funcionario del estado y se dedicó a la prospección petrolera.

Nueve años después, en 1957, unescolar llamado John Mason, iba andando por Charnwood Forest, en las Midlands inglesas, y encontró u= na piedra que tenía un extraño fósil, parecido a un pólipo del género Pennatula, que se llama en inglés pl= uma de mar, y que era exactamente igual que algunos de aquellos especíme= nes que Sprigg había encontrado y que llevaba desde entonces intentando contarselo al mundo. El escolar le llevó la piedra a un paleontólogo de la Universidad de Leicester, que la identificó inmediatamente como= precambrica. El pequeño Mason salió retratado en los periódicos y se le trató como a un héroe precoz; aún figura en muchos libros. Al espécimen se le llamó en honor suyo Charnia masoni.

En la actualidad, algunos de los especímenes ediacarianos originales= de Sprigg, junto con muchos de los otros 1.500 que se han encontrado por la cordillera de Flinders desde entonces, se pueden ver en Adelaida, en una vitrina de una habitación de la planta superior del sólido y encantador Museo de Australia del Sur, pero no atraen demasiada atención. Los dibujos delicadamente esbozados son bastante desvaídos y no demasiado fascinantes para ojos inexpertos. Suelen ser pequeños, con forma de disco y parecen arrastrar a veces vagas cinta= s. Fortey los ha descrito como
«rarezas de cuerpo blando».

Aún hay muy poco acuerdo sobre lo que eran esas cosas y cómo vivían. No tenían, por lo que podemos saber, ni boca ni ano p= or los que introducir y expulsar materiales digestivos, ni órganos inte= rnos con los que procesarlos a lo largo delcamino.

-Lo mas probable es que la mayoría de ellos –dice Forte= y-, cuando estaban vivos, se limitasen a permanecer echados sobre la superficie= del sedimento arenoso, como lenguados o rodaballos blandos, sin estructura e inanimados.

Los mas dinamicos no eran mas complejos que una medusa. Las criaturas ediacaranas eran diploblasticas, que quiere decir que estaban compuestas por dos capas de tejido. Los animales de hoy son todos, salvo las medusas, triploblasticos.

Algunos especialistas creen que ni siquiera eran animales, que se parecían mas a las plantas o a los hongos. Las diferenciacion= es entre vegetales y animales no siempre son claras, ni siquiera hoy. La espon= ja moderna se pasa la vida fijada a un solo punto y no tiene ojos ni cerebro ni corazón que lata y, sin embargo, es un animal.

-Cuando retrocedemos hasta el Precambrico es probable que fuesen aún menos claras las diferencias entre las plantas y los animales -d= ice Fortey-. No hay ninguna regla que diga que tengas que ser demostrablemente = una cosa o la otra.

No hay acuerdo en que los organismos ediacaranos sean en algún senti= do ancestros de algún ser vivo actual (salvo posiblemente alguna medusa= ). Muchas autoridades en la materia las consideran una especie de experimento fallido, un intento de complejidad que no cuajó, tal vez debido a que los lentos organismos ediacaranos fueron devorados por los animales m&aacut= e;s agiles y mas refinados del periodo Cambrico o no pudieron competir con ellos.

«No hay hoy nada vivo quemuestre una estrecha similitud con ellos -ha escrito Fortey-. Resultan difíciles de interpretar como ancestros de cualquier tipo de lo = que habría de seguir.»

La impresión era que no habían sido en realidad demasiado importantes para el desarrollo de la vida en la Tierra. Muchas autoridades creen que hubo un exterminio masivo en el paso del Preca= mbrico al Cambrico y que ninguna de las criaturas ediacaranas (salvo la insegura medusa) consiguió pasar a la fase siguiente. El verdadero desarrollo de la vida compleja se inició, en otras palabras, con la explosión cambrica. En cualquier caso, era así como Gould lo ve&i= acute;a.

En cuanto a las revisiones de los fósiles de Burgess Shale, la gente empezó casi inmediatamente a poner en duda las interpretaciones y, en particular, la interpretación que Gould hacía de las interpretaciones.

«Había por primera vez un cierto número de científicos que dudaba de la versión que había expuesto Stephen Gould, por mucho que admirasen su forma de exponerla», escribió Fortey en Life. Esto es una forma suave de decirlo.

«¡Ojala Stephen Gould pudiese pensar con la misma clarid= ad que escribe!» aullaba el académico de Oxford Richard Dawkins e= n la primera línea de una recensión (en el Sunday Telegraph) de La vida maravillosa. Dawkins reconocía que el libro era «indejable» y una «hazaña literaria», pero acusaba a Gould de entregarse a una distorsión de los hechos «grandilocuente y que bordea la falsedad», y comentaba que las revisiones de Burgess Shale habían dejadoatónita a la comunid= ad paleontológica. «El punto de vista que esta atacando (q= ue la evolución avanza inexorablemente hacia un pinaculo como el hombre) es= algo en lo que hace ya cincuenta años que no se cree», bufaba Dawkins.=

Se trataba de una sutileza que se le pasó por alto a la mayorí= ;a de los críticos del libro. Uno de ellos, que escribía para la New York Times Book Review, comentaba alegremente que, como consecuenc= ia del libro de Gou= ld, los científicos «estan prescindiendo de algunas ideas preconcebidas que llevaban generaciones sin examinar. Estan aceptand= o, a regañadientes o con entusiasmo, la idea de que los seres humanos son tanto un accidente de la naturaleza corno un producto del desarrollo ordenado».

Pero los auténticos ataques a Gould se debieron a la creencia de que muchas de sus conclusiones eran sencillamente erróneas o estaban imprudentemente exageradas. Dawkins, que escribía para la revista Evolution, atacó las afirmaciones de Gould de que «la evolución en el Cambrico fue un tipo de proceso diferente del actual» y manifestó su exasperación por las repetidas sugerencias de que «el Cambrico fue un periodo de 'experi= mentación' evolucionista, de 'tanteo' evolucionista, de 'falsos inicios' evolucionistas… Fue el fértil periodo en que se inventaron todos los grandes 'planos corporales basicos'. Actualmente la evolución se limita a retocar viejos planos corporale= s. Alla en el Cambrico, surgieron nuevos filums y nuevas clases. ¡Hoy sólo tenemos nuevas especies!».

Comentando loa menudo que se menciona esa idea (la de que no hay nuevos pla= nos corporales), Dawkins dice: «Es como si un jardinero mirase un roble y comentase, sorprendido: '¿No = es raro que haga tantos años que no aparecen nuevas ramas grandes en es= te arbol? Últimamente todo el nuevo crecimiento parece producirs= e a nivel de ramitas'».

-Fue un periodo extraño -dice ahora Fortey-, sobre todo si te paras a pensar que era todo por algo que pasó hace quinientos millones de años, pero la verdad es que los sentimientos eran muy fuertes. Yo decía bromeando en uno de mis libros que tenía la sensación de que debía de ponerme un casco de seguridad antes= de escribir sobre el periodo Cambrico, pero lo cierto es que tení= ;a un poco esa sensación, la verdad.

Lo mas extraño de todo fue la reacción de uno de los héroes de La vida maravillosa, Simon Conway Morris, que sorprendió a muchos miembros de la comunidad paleontológica al atacar inesperadamente a Gould en un libro suyo, The Crucible of Creation [= El crisol de la creación «Nunca he visto tanta cólera en un libro de un profesional –escribió Fortey mas tarde-. El lector casual de The Crucible of Creation, que ignora la historia, nunca llegaría a saber que los puntos de vista del autor habían estado antes próximos a los de Gould (si es que en realidad no eran coincidentes).»

Cuando le pregunté a Fortey sobre este asunto, dijo:

-Bueno, fue algo muy raro, algo absolutamente horrible, porque el retrato q= ue había hecho Gould de él era muy halagador. La únicaexplicación que se me ocurrió fue que Simon se sentía avergonzado.

Bueno, la ciencia cambia, pero los libros son permanentes y supongo que lamentaba estar tan irremediablemente asociado a puntos de vista que ya no sostenía. Estaba todo aquel asunto de «Joder, no, otro filum», y yo supongo que lamentaba ser famoso por eso. Nunca dirías leyendo el libro de Simon que sus ideas habían sido an= tes casi idénticas a las de Gould.

Lo que pasó fue que los primeros fósiles cambricos empezaron a pasar por un periodo de revaloración crítica. For= tey y Derek Briggs (uno de los otros protagonistas del libro de Gould) utilizaron un método conocido como cladística para comparar los diversos fósiles de Burgess. La cladística consiste, dicho con palabras sencillas, en clasificar los organismos basandose en los ra= sgos que comparten. Fortey da como<= /st1:City> ejemplo la idea de comparar una musaraña y un elefante. Si considera= ses el gran tamaño del elefante y su sorprendente trompa, podrías extraer la conclusi&oacut= e;n de que no podría tener gran cosa en común con una diminuta y gimoteante musaraña. Pero si los comparases a los dos con un lagarto, verías que el elefante y la musaraña estan construidos= en realidad en el mismo plano. Lo que quiere decir Fortey es, basicamente, que Gould veía elefantes y musarañas donde Briggs y él veían mamíferos. Las criaturas de Burgess, creían ellos, no eran tan extrañas y diversas com= o a primera vista parecían.

-No eran con frecuencia mas extrañas que los trilobites -dice ahoraFortey-. Lo único que pasa es que hemos tenido un siglo o así para acostumbrarnos a los trilobites. La familiaridad, comprende= s, genera familiaridad.

Esto no se debía, conviene tenerlo en cuenta, a dejadez o falta de atención. Interpretar las formas y las relaciones de animales antigu= os, basandose en testimonios a menudo deformados y fragmentarios, es, sin lugar a dudas, un asunto peliagudo. Edward O. Wilson ha dicho que, si cogie= ses especies seleccionadas de insectos modernos y los presentases como fósiles estilo Burgess, nadie adivinaría jamas que eran todos del
mismo filum, por lo diferentes que son sus planos corporales. Ayudaron también en las revisiones los hallazgos de otros dos yacimientos del Cambrico temprano, uno en Groenlandia y el otro en China, amén de otros hallazgos dispersos, que aportaron entre todos muchos especímenes mas y a menudo mejores.

El resultado final es que se descubrió que los fósiles de Bur= gess no eran tan diferentes ni mucho menos. Resultó que Hallucigenia había sido reconstruido al revés. Las patas como zancos eran en realidad unas p&uac= ute;as que tenía a lo largo de la espalda. Peytoia, la extraña criat= ura que parecía una rodaja de piña, se descubrió que no era una criatura diferenciada, sino sólo parte de un animal mayor llamado Anomalocaris. Muchos de los especímenes de Burgess han sido asignado= s ya a filums vivientes… precisamente donde los había puesto Walcot= t en un principio. Hallucigenia y algunos mas se cree que estan emparentados con Onychophora, un grupode animales tipo oruga. Otros han sido reclasificados como precursores de los anélidos modernos. En realidad, dice Fortey:

-Hay relativamente pocos diseños cambricos que sean totalmente originales. Lo mas frecuente es que resulten ser sólo elaboraciones interesantes de diseños bien establecidos.

Como él mismo escribió en Li= fe: «Ninguno era tan extraño como= el percebe actual, ni tan grotesco como una termita reina».

Así que, después de todo, los especímenes de Burgess S= hale no eran tan espectaculares. No es que eso los hiciera, como ha escrito Fortey, «menos interesantes, o extraños, sólo mas explicables».= Sus exóticos planos corporales eran sólo una especie de exuberanc= ia juvenil… el equivalente evolutivo, digamos, del cabello punk en punta o los aretes= en la lengua. Finalmente, las formas se asentaron en una edad madura seria y esta= ble.

Pero eso aún deja en pie la cuestión de que no sabemos de dónde habían salido todos aquellos animales, cómo surgieron súbitamente de la nada.

Por desgracia resulta que la explosión cambrica puede que no = haya sido tan explosiva ni mucho menos. Hoy se cree que los animales cambricos probablemente estuviesen allí todo el tiempo, sólo que fuesen demasiado pequeños para que se pudiesen ver. Fueron una vez mas los trilobites quienes aportaron la clave… = en concreto, esa aparición desconcertante de diferentes tipos de ellos = en emplazamientos muy dispersos por el globo, todos mas o menos al mismo tiempo.

A primera vista, la súbita aparición demontones de criaturas plenamente formadas pero diversas parecería respaldar el cara= cter milagroso del brote cambrico, pero en realidad hizo lo contrario. Una cosa es tener una criatura bien formada como un trilobite que brote de forma aislada (lo = que realmente es un milagro), y otra tener muchas, todas distintas pero clarame= nte relacionadas, que aparecen simultaneamente en el registro fós= il en lugares tan alejados como China y Nueva York, hecho que indica con toda claridad que estamos pasando por alto una gran parte de su historia. No podría haber una prueba mas firme de que tuvieron por necesid= ad que tener un ancestro… alguna especie abuela que inició la línea
e= n un pasado muy anterior.

Y la razón de que no hayamos encontrado esas especies anteriores es, según se cree ahora, que eran demasiado pequeñas para que pudieran conservarse.

Fortey dice:

-No es necesario ser grande para ser un organismo complejo con un funcionamiento perfecto. Los mares estan llenos hoy de pequeñ= os artrópodos que no han dejado ningún residuo fósil.

Cita el pequeño copépodo, del qe hay billones en los mares modernos y que se agrupa en bancos lo suficientem= ente grandes como para volver negras vastas zon= as del océan= o y, sin embargo, el único ancestro de él de que disponemos es un solo espécimen que se encontró en el cuerpo de un antiguo pez fosilizado.

La explosión cambrica, si es ésa la expresión adecuada, probablemente fuese mas un aumento de tamaño que una aparición súbita de nuevos tipos corporales-dice Fortey-. Y podría haber sucedido muy deprisa, así que en ese sentido sup= ongo que sí, que fue una explosión.

La idea es que, lo mismo que los mamíferos tuvieron que esperar un centenar de millones de años a que desaparecieran los dinosaurios pa= ra que les llegara su momento y entonces irrumpieron, profusamente según parece por todo el planeta, así también quiza los artrópodos y otros triploblastos esperaron en semimicroscópico anonimato a que a los organismos ediacaranos dominantes les llegase su hora= .

-Sabemos -dice Fortey- que los mamíferos aumentaron de tamaño= muy bruscamente después de que desaparecieron los dinosaurios… aun= que cuando digo muy bruscamente lo digo, claro, en un sentido geológico. Estamos hablando de millones de años.

Por otra parte, Reginald Sprigg acabó recibiendo una parte del reconocimien= to que merecía. Uno de los principales géneros primitivos, Spriggina, fue bautizado así en su honor, lo mismo que varias especies má= ;s, y el total pasó a conocerse como fauna ediacarana por las montañas por las que él había investigado. Pero, por entonces, los tiempos de Sprigg como cazador de fósiles hac&iacu= te;a mucho que habían quedado atras. Después de dejar la geología fundó una empresa petrolera con la que tuvo mucho éxito y acabó retirandose a una finca en su amada cordillera de Flinders, donde creó una reserva natural de flora y fa= una. Murió, convertido en un hombre rico, en 1994.




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