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Lo malo de la ciencia



¿Qué es bueno y qué es malo en ciencia?

Hay quien piensa que los juicios de valor de este tipo no tienen lugar en una disciplina cuyo único objetivo es producir conocimiento acerca de la naturaleza, de la manera mas rigurosa y objetiva posible. La ciencia se basa en evidencia, razonamiento lógico y verificación de hipótesis. Y las hipótesis pueden ser correctas o erróneas, pero no buenas ni malas.

Y sin embargo, la ética tiene un lugar indispensable en ciencia.

La ética científica se divide en dos grandes areas: la interna y la externa. La interna es la ética necesaria para el funcionamiento mismo de la ciencia. Consta de reglas no escritas, pero bien reconocidas y aceptadas por la comunidad científica, que ningún científico puede violar sin arriesgarse a perder el derecho a ser considerado parte de dicha comunidad.

Una de ellas es la que prohíbe cometer fraudes. Cuando


un científico reporta una observación o un dato obtenido
en un experimento, se da por supuesto que no miente. La
ciencia es una labor comunitaria, de equipo, y no sería
posible si no se confiara en la palabra de los colegas. Pero
si alguien llega a mentir, existen mecanismos de control,
como las detalladas bitacoras ocuadernos de laboratorio en
que los investigadores científicos registran todos sus datos y
procedimientos, y que pueden ser consultadas para verificar
la validez de los mismos.
La ética interna de la ciencia también incluye reglas relacionadas con el crédito de los descubrimientos, como la que
prohíbe apropiarse del trabajo de los colegas, o la que obliga
a reconocer las aportaciones de otros en una investigación.
Por su parte, la ética externa de la ciencia es la que se
relaciona con los efectos de ésta en la sociedad o el ambiente.
Incluye reglas como la que impide experimentar con
humanos, o la que exige reducir al mínimo el sufrimiento
de los animales de laboratorio o los daños que se causen a
un ecosistema al estudiarlo.
Todo científico acepta valores como la prohibición de matar seres humanos, o el de evitar causar daños o destrucción a
personas, seres vivos o al ambiente. No todos cumplen estas

De todos modos, las naves espaciales tienen que tener cuidado en la atmósfera exterior, sobre todo en los viajes de regreso a la Tierra, como demostró tan trágicamente, en febrero de 2003, la lanzadera espacial Columbia. Aunque la atmósfera es muy sutil, si un vehículo entra en ella en un ángulo demasiado inclinado (más de unos 6°C) o con demasiada rapidez, puede impactar con moléculas suficientes para generar una resistencia aerodinámica extraordinariamente combustible.

Por otra parte, si un vehículo que entra en la atmósfera penetra en la termosfera con un ángulo demasiado pequeño,podría rebotar al espacio como esas piedras planas que se tiran al ras del agua para cortar la superficie con ellas. Pero no es necesario aventurarse hasta el borde de la atmósfera para constatar hasta qué punto somos seres confinados a nivel de suelo. Como muy bien sabe quien haya pasado un tiempo en una población elevada, no hace falta ascender muchos cientos de metros del nivel del mar para que empiece a protestar el organismo. Hasta los alpinistas veteranos, con el apoyo de una buena forma física, la experiencia y el oxígeno embotellado son vulnerables a gran altura a la confusión, las náuseas y el agotamiento, la congelación, la hipotermia, la migraña, la pérdida del apetito y otros muchos trastornos. El cuerpo humano recuerda por un centenar de enérgicos medios a su propietario que no ha sido diseñado para operar tan por encima del nivel del mar.

«Incluso en las circunstancias más favorables –nos dice el escalador Peter Habeler hablando de las condiciones que se dan en la cima del Everest-, cada paso a esa altitud exige un colosal esfuerzo de voluntad. Tienes que forzarte a hacer cada movimiento y recurrir a todos los asideros. Te amenaza perpetuamente una fatiga mortal, plúmbea.»

El montañero y cineasta británico Matt Dickinson explica en The Other Side of Everest [La otra cara del Everest] que Howard, en una expedición inglesa al Everest de 1924, «estuvo a punto de morir cuando un trozo de carne infectada se desprendió y le bloqueó la tráquea». Somervell consiguió toser yexpulsarla con un supremo esfuerzo. Resultó ser «toda
la capa mucosa de la laringe».

Los trastornos físicos son notorios por encima de los 7.500 metros (la zona que los escaladores denominan zona «de la muerte»). Pero son muchos quienes experimentan una debilidad patente, que se ponen incluso gravemente enfermos, a alturas no superiores a los 4.500 metros. La susceptibilidad a la altura tiene poco que ver con la forma física. A veces, las abuelitas se las arreglan mejor a mucha altura que sus descendientes más en forma, que quedan reducidos a guiñapos gemebundos y desvalidos hasta que los trasladan a cotas más bajas.

El límite absoluto de tolerancia humana para la vida continuada parece situarse en unos 5.500 metros; pero incluso las personas condicionadas a vivir a bastante altitud podrían no tolerar esas alturas mucho tiempo. Frances Ashcroft comenta, en Life at the Extremes, que hay minas de azufre en los Andes a 5.800 metros, pero que los mineros prefieren bajar todos los días 460 metros y volver a subirlos al día siguiente que vivir continuamente a esa altura. Los pueblos que viven habitualmente a gran altura suelen llevar miles de años desarrollando pechos y pulmones desproporcionadamente grandes y aumentando la densidad de hematíes portadores de oxígeno hasta casi en un tercio, aunque la cuantía de hematíes en la sangre que puede soportarse sin que llegue a ser demasiado densa para una circulación fluida tiene sus límites. Además, por encima de los 5.500 metros ni siquiera lasmujeres mejor adaptadas pueden aportar a un feto en crecimiento oxígeno suficiente para que pueda completar su desarrollo.

En la década de 1780, en que se empezaron a hacer ascensiones experimentales en globo por Europa, una cosa que sorprendió a los investigadores fue el frío que hacía cuando se elevaban. La temperatura desciende 1,6°C por cada 1.000 metros que asciendes. La lógica parecería indicar que, cuanto más te acercases a una fuente de calor, deberías sentir más calor. El hecho se explica, en parte, porque no estás en realidad acercándote más al Sol en una cuantía significativa. El Sol está a unos 149 millones de kilómetros de distancia. Aproximarse unos cuantos centenares de metros a él es como acercarte un paso a un incendio forestal en Australia trabajan en todo el mundo desarrollando armas lo prueba. A
pesar de su importancia, la ética científica no es inviolable.

Y es que, a fin de cuentas, la ciencia es sólo una actividad humana mas, con todos los defectos y virtudes que esto
conlleva.


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