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Causas de la quiebra de la republica - El republicano posibilista




Prólogo

El mas brillante orador de la España del siglo XIX

Agustín Sanchez Andrés

Político, periodista y literato, Emilio Castelar (1832-1899) destacó sobre todo como orador parlamentario, llegando a ser uno de los mas notables exponentes del discurso político decimonónico español y, como tal, uno de los prohombres españoles que en su época tuvieron una mayor proyección dentro y fuera de nuestras fronteras.

Su pensamiento reproduce la evolución de un importante sector del liberalismo español durante el siglo XIX. Como en el caso de todos aquellos que protagonizaron la coyuntura reformista del sexenio revolucionario, la formación política de Castelar estuvo marcada por la lucha de progresistas y demócratas para eliminar lastrabas que impedían el correcto funcionamiento del sistema parlamentario durante el reinado de Isabel II. La revolución de septiembre de 1868 supuso la llegada al poder de los sectores mas avanzados del liberalismo español y permitió implementa runa serie de medidas dirigidas a democratizar la sociedad española en su conjunto. La resistencia opuesta por los grupos mas reaccionarios, la crisis institucional vivida por el país en algunos momentos y el temor de la burguesía liberal a una revolución social frustraron este proceso y produjeron un desplazamiento de la sociedad hacia posiciones mas conservadoras, reflejado en el régimen de la Restauración. La mayoría de los antiguos revolucionarios septembristas acabaron por adaptarse a la nuevasituación y lograron consensuar un cierto grado de democratización del sistema político español con aquellos grupos interesados en el mantenimiento del statu quo.



La evolución política e ideológica de Castelar respondió a la trayectoria de este sector del liberalismo español. Su iniciación en el mundo de la política tuvo lugar a través de la prensa demócrata. La intensa actividad política desplegada por Castelar durante las décadas centrales del siglo XIX convirtió a este gaditano en un activo propagandista del republicanismo y en uno de los críticos mas mordaces del régimen de Isabel II. Su firme convicción en relación con la incompatibilidad esencial entre los conceptos de monarquía y democracia le llevó a romper con la monarquía liberal. Esta posición le impulsaría a promover la creación de un frente revolucionario con el progresismo y a participar en el movimiento revolucionario de junio de 1866, tras cuyo fracaso tuvo que exiliarse en Francia. El triunfo de la revolución (La Gloriosa) permitió a Castelar retornar a España y propició su entrada en el mundo de la política activa.

Fue en aquella etapa cuando Castelar se consolidó como uno de los mas brillantes oradores de la historia del parlamentarismo decimonónico español, utilizando la tribuna parlamentaría para denunciar la incapacidad de los sucesivos gobiernos revolucionarios para llevar a cabo las reformas democratizadoras que habían constituido la bandera de la revolución de septiembre. Sus discursos políticos,adornados con una deslumbrante retórica y plagados de figuras y citas históricas, alcanzaron gran notoriedad dentro y fuera de nuestro país e hicieron de Castelar uno de los políticos españoles mas conocidos de su tiempo en Europa, Iberoamérica e, incluso, en los Estados Unidos. Su éxito como orador parlamentario descansaba en su extraordinario dominio de los dos aspectos basicos del discurso político decimonónico: la dignidad de la actitud oratoria y la oportunidad de los recursos retóricos empleados, pese a un uso excesivo de la repetición y la antítesis. La utilización de un estilo ampuloso pero facilmente comprensible, merced a la continua utilización de esquematizaciones simplificadoras y analogías históricas, permitió a Castelar conseguir un gran efecto sobre la audiencia. El nivel alcanzado por su retórica parlamentaria con motivo de la defensa de la forma republicana de gobierno, la abolición de la esclavitud, la libertad religiosa y la separación entre Iglesia y Estado alcanzó notoriedad internacional e hizo que sus discursos fueran reeditados en varias ocasiones y traducidos a otros idiomas.

En febrero de 1873, la instauración de la Primera República creó las bases para aplicar el programa modernizador propugnado por el republicanismo. Sin embargo, la incapacidad de los republicanos para evitar la creciente desintegración del poder central del Estado provocó el desplazamiento de Castelar hacia posiciones mas conservadoras, como puso de manifiesto su breveactuación como presidente de la República entre septiembre de 1873 y enero de 1874. Su elección como presidente supuso el último intento de los sectores conservadores y centristas del republicanismo para restablecer el orden público y poner fin a la triple insurrección cantonal, carlista y cubana, cuya continuidad amenazaba la propia supervivencia de la República.

El tribuno republicano se reveló entonces como un gobernante enérgico, que promovió una política represiva dirigida al restablecimiento del orden, como paso previo y necesario para la aplicación de un proyecto político de signo reformista. Ello le privó del respaldo de la mayoría de las Cortes, donde federalistas y centristas presentaron una moción de censura contra el Gobierno. La elocuencia del orador, que trató de justificar la política seguida por su gabinete en un magnifico discurso sobre las causas de la quiebra de la República, no pudo impedir su destitución el 2 de enero de 1874.

La caída de Castelar arrastró a la Primera República. La derrota de los sectores mas conservadores del republicanismo y la perspectiva de una nueva administración federalista desencadenaron ese mismo día un golpe de Estado dirigido por el gobernador militar de Madrid, Manuel Pavía. La disolución de las Cortes dejó un vacío de poder que los golpistas trataron de llenar ofreciendo a Castelar un poder dictatorial que el tribuno republicano rechazó desdeñosamente. Consecuente con sus planteamientos políticos, Castelar se negó a recurriramedios ¡legítimos para mantenerse en el poder y publicó un manifiesto donde denunciaba el golpe de Estado que había puesto fin a la legalidad republicana. Tras un breve exilio voluntario, regresó a España para fundar un periódico, con el significativo título de El Orden, y tratar de organizar una oposición que pudiera servir de alternativa al gobierno dictatorial establecido por el general Francisco Serrano y el antiguo líder constitucionalista Praxedes Mateo Sagasta.

El pronunciamiento militar del general Arsenio Martínez Campos y la restauración de los Borbones en el trono de España frustraron el intento de instaurar una república presidencialista en la persona del general Serrano y provocaron un nuevo exilio de Cas-telar. El político regresó pronto. El fracaso de la experiencia republicana de 1873 le había convencido de que el país no estaba aún preparado para la democracia. Ello le llevó a aceptar el marco político de la Restauración. El ex presidente de la República fundó con este fin el Partido Republicano Posibilista, que intentó convertir en la alternativa política al conservadurismo canovista para, de esta manera, poder impulsar desde el poder el proceso de modernización de la sociedad española.

Único diputado republicano en las primeras Cortes de la Restauración, sostuvo casi en solitario la oposición parlamentaria a la reacción restauradora. Su brillante reivindicación de las libertades conseguidas durante el sexenio -recortadas ahora por el régimen canovista-incrementó aún mas su prestigio como orador, si bien el contenido de sus discursos fue moderandose progresivamente a raíz de la propia evolución ideológica del parlamentario. La fragmentación del republicanismo y la creación del Partido Liberal Fusionista de Sagasta frustraron los proyectos políticos de Castelar para volver al poder. Las dos últimas décadas del siglo contemplaron su declive político, aunque no el de su prestigio como orador parlamentario, que no dejó de incrementarse pese a su retirada de la arena política.

Agustín Sanchez Andrés es doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de varios libros sobre la España del siglo XIX. En la actualidad es profesor-investigador en la Universidad Michoacana (México)

Biografía

El republicano posibilista

José María Pons Altes

Emilio Castelar nació en Cadiz el año 1832, aún en la llamada «década ominosa» (1823-1833) en la que Fernando VII había restablecido el Antiguo Régimen en España. La instauración de un sistema liberal y parlamentario en el país implicaría en los siguientes años el estallido de graves enfrentamientos, tanto contra los elementos absolutistas como en el seno del propio liberalismo español. La infancia de Castelar da fe de las consecuencias de este complejo proceso: de hecho, nació en Cadiz porque sus padres, de convicciones liberales, habían tenido que huir de Alicante.

Influido por esta vivencia, el compromiso político fundamental de Castelar sería siempre lademocratización de la política española. Así, su trayectoria estuvo marcada, a pesar de sus cambios y contradicciones, por la defensa del sufragio universal masculino y de las libertades individuales, en particular la libertad religiosa, de reunión y de expresión.

Su oratoria, muy del gusto romantico de la época, le reportó los mas encendidos elogios y Castelar le dedicó siempre un gran interés: «Amo mucho la democracia, pero no amo menos el arte. Tengo una verdadera pasión por la oratoria». También destacó en su faceta de escritor, con libros de viajes y novelas como Ernesto o Fra Filippo Lippi, a los que hay que añadir su obra como historiador, estudios jurídicos y artículos políticos y de crítica artística. Fue catedratico en la Universidad Central de Madrid y miembro de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

Castelar realizó sus estudios de bachillerato en Alicante, y a continuación se instaló en Madrid, donde obtuvo las licenciaturas de Derecho y Filosofía. Siendo todavía estudiante, ganó una oposición como profesor de la Escuela Normal de Filosofía.

CONVICCIONES DEMOCRATICAS

Empezó a tener presencia en la vida pública en 1854, año del movimiento insurreccional que acabó transitoriamente con la hegemonía del liberalismo conservador del Partido Moderado. Su primer discurso en el Teatro Real de Madrid a favor de la democracia cosechó grandes aplausos: frente a un liberalismo que restringía el derecho al voto a una minoríade varones con suficiente patrimonio o que tuvieran determinados cargos o estudios, los demócratas como Castelar insistían en las ventajas del sufragio universal masculino. Durante el Bienio Progresista (1854-1856), sus esperanzas se vieron frustradas y ni tan siquiera consiguió un acta de diputado. En cambio, aprovechó la existencia de una mayor libertad de prensa para iniciar su carrera periodística en El Tribuno y La Soberanía Nacional. Posteriormente pasó al periódico del Partido Demócrata La Discusión. Su vida académica también se consolidó en aquella década, y en 1857 obtuvo la catedra de Historia Filosófica y Crítica de España de la Universidad Central de Madrid. En adelante, la defensa de la libertad de catedra sería una constante, lo que le valió mas de un conflicto pues, tal como afirmaría posteriormente en el Parlamento, «la libertad es necesaria, pero es mas necesaria que en ninguna parte en la esfera de la inteligencia».

En la década de 1860 el partido demócrata fue ampliando sus apoyos sociales, a pesar de la represión, favorecido por el progresivo desprestigio del régimen y de la propia reina Isabel II. Castelar, convertido en uno de los principales líderes demócratas del país, fundó en 1864 el periódico La Democracia, desde donde defendió lo que él denominó «fórmula de progreso»: se trataba de un republicanismo individualista, que priorizaba la libertad sobre la igualdad, y que le comportó enfrentarse con las ideas de un Pi y Margall, mas próximo alfederalismo y a las doctrinas socialistas.

Hacía tiempo que muchos conservadores estaban deseosos de expulsar a Castelar de la Universidad y éste fue el motivo de una circular gubernamental de 1864 que amenazaba a los catedraticos que propagaran doctrinas contrarias a las leyes fundamentales del Estado.

El poder, sin embargo, no pudo coartar la libertad de Castelar, quien en febrero de 1865 publicó en La Democracia su famoso artículo «El Rasgo». En este texto criticó la supuesta generosidad de Isabel II por haber cedido gratuitamente parte de su patrimonio al Estado consideró que tras este «rasgo» de la monarquía en realidad se escondía una estrategia que también reportaba dinero a la reina (el 25 % del importe de las posteriores ventas) y que usurpaba bienes que en realidad siempre debían haber sido de la nación. Según Castelar, el proyecto de ley en cuestión era «desde todos los puntos de vista uno de esos amaños de que el Partido Moderado se vale para sostenerse en un poder que la voluntad de la nación rechaza, que la conciencia de la nación maldice». En respuesta, el Gobierno decidió destituir a Castelar de su catedra, al igual que a otros profesores universitarios que se habían solidarizado con él y hasta al mismo rector de la Universidad Central, que se había negado a aplicar la orden recibida.

Cuando el nuevo rector debía tomar posesión de su cargo, el 10 de abril de 1865, la protesta de estudiantes madrileños fue reprimida con gran dureza por la Guardia Civil y elEjército, en unos hechos que pasaron a ser conocidos como la Noche de San Daniel: según Castelar, el balance de la jornada fue de 10 muertos y 200 heridos. La crisis acabó con un cambio de Gobierno y la restitución de su catedra a Castelar.

Posteriormente colaboró en algunos de los intentos insurreccionales de demócratas y progresistas en los últimos años del reinado de Isabel II, como el fracasado del cuartel de San Gil (junio de 1866) protagonizado por sargentos de artillería. Entonces Castelar fue condenado a la pena capital, de la que se libró, al parecer, gracias a la intercesión de la propia reina. Tuvo que exiliarse a Francia, aunque desde allí consiguió participaren la revolución de septiembre de 1868 que provocó la abdicación de Isabel II y, en consecuencia, el regreso de Castelar a España. Pasó a formar parte de la dirección del Partido Republicano, junto a Francisco Pi y Margall y Estanislao Figueras.

EL SEXENIO DEMOCRATICO

A partir de 1868, en el debate sobre el tipo de régimen político que se debía implantar en España, Castelar destacó por su defensa de la República como mejor sistema posible, propuesta que en aquel momento fue inviable debido a la oposición del Gobierno Provisional y por la existencia de una mayoría monarquica en las Cortes constituyentes de 1869. En el Parlamento, Castelar, de firmes creencias católicas, fue diputado por Zaragoza y alcanzó una gran popularidad gracias a debates sobre cuestiones tan polémicas en la época como la libertad decultos. En uno de sus discursos mas famosos, en controversia con el clérigo carlista Vicente Manterola, señaló que la religión debía quedar siempre en el ambito de lo privado: «El Estado no tiene religión, no la puede tener, no la debe tener. El Estado no confiesa, el Estado no comulga, el Estado no se muere».

Entre septiembre y octubre de 1869 el republicanismo mas exaltado protagonizó, contra el criterio de Castelar, revueltas en diversos territorios de España que fueron aplastadas por el Gobierno del general Prim. Castelar, a pesar de todo, solicitó una amnistía para los implicados. En aquellos años, como es bien conocido, no fue facil encontraren Europa una persona que tuviera los requisitos necesarios y que estuviera dispuesta a ocupar la Corona vacante de España. Finalmente, el elegido fue Amadeo de Saboya, pero su reinado fue muy breve (1871-1873), a causa de los fragiles apoyos que tuvo, aún mas escasos tras el asesinato de su principal valedor, Juan Prim. La abdicación del rey llevó, en febrero de 1873, a la proclamación de la República, durante tanto tiempo deseada por Castelar, pero que tendría una vida corta y demasiado agitada. En el primer Gobierno, presidido por Figueras, Castelar ocupó el Ministerio de Estado. Desde este cargo aprobó resoluciones tan importantes como la supresión de los títulos nobiliarios y de las órdenes militares. También, en coherencia con sus principios de defensa de la libertad individual, se mostró contrario a la esclavitud en lascolonias y consiguió su abolición en Puerto Rico.

En septiembre de 1873 Emilio Castelar fue nombrado presidente del Gobierno, en un momento en que confluían crisis de orígenes diversos: la guerra carlista, la insurrección cantonalista (sobre todo en Cartagena), la guerra de Cuba y, en consecuencia, la inevitable crisis financiera. Así que a Castelar se le asignaron poderes extraordinarios ocho días después de su elección, y poco mas tarde decidió suspender el Parlamento y centralizar el poder, aprobó una quinta extraordinaria de 100.000 soldados y otorgó el mando de las operaciones militares a las personas que consideraba mejor preparadas, al margen de sus ideas políticas. El propio Castelar admitió la grave crisis que padecía España al afirmar en el Parlamento: «Apenas tenemos patria, entregado casi todo el mediodía a los excesos de la demagogia roja [federales y cantonalistas] y entregado el norte a los excesos de la demagogia blanca [carlistas]».

Aquellos meses fueron, quiza, uno de los momentos en los que Castelar mejor remarcó su nacionalismo español, por oposición a la rebelión cantonalista, aunque siempre admitiera la necesidad de descentralizar el Estado. Castelar también experimentó una evolución conservadora, en buena parte obligado por las circunstancias de la guerra, como ilustra el hecho de que aceptara firmar penas de muerte a diferencia de su antecesor, Nicolas Salmerón.

LA ADAPTACIÓN A LA RESTAURACIÓN

Su acción de gobierno se vio perjudicada por la falta deun partido cohesionado que le apoyara de manera incondicional. Así, en enero de 1874, Castelar fue derrotado en las Cortes y, pocas horas después de su dimisión, el general Pavía ocupó el edificio del Congreso. La esperanza republicana se había desvanecido, a pesar de que Pavía propuso a Castelar que formase un nuevo Gobierno, y aquel mismo año se reimplantó la monarquía con Alfonso XII. Se iniciaba el régimen de la Restauración, que se acabaría caracterizando por la alternancia en el poder pactada entre conservadores y liberales.

Después de residir un tiempo en el extranjero, Castelar regresó a España con motivo de la convocatoria de las primeras elecciones de la Restauración y fue elegido diputado por Barcelona. De nuevo ganó una merecida fama por sus discursos en favor de los principios republicanos, aunque con un punto de vista cada vez mas moderado y pactista.

Por ejemplo, en mas de una ocasión insistió en que una república debía ante todo asegurar el orden y que, por tanto, se vería obligada a tener «mucha infantería, mucha caballería y, sobre todo, mucha Guardia Civil»: la época de las revueltas populares había terminado. Por otra parte, su defensa del servicio militar obligatorio implicaba un ataque a los privilegios de una minoría de la población que sí podía evitar dicho servicio a cambio de una determinada contribución económica, frente a la gran mayoría sin suficientes recursos económicos para librarse.

La denominación del partido que organizó, elRepublicano Posibilista, al igual que el nombre del periódico que fundó, El Orden, son significativos de los principios que le movían entonces: juzgaba que la abolición de la Monarquía ya no era prioritaria, mientras que sí era fundamental conseguir el sufragio universal masculino y una ley del jurado. Una vez obtenidos ambos objetivos, Castelar recomendó a sus seguidores que se integrasen en el Partido Liberal. En su opinión, la monarquía era el sistema mas viable en aquel momento, siempre y cuando fuera democratica, a diferencia de aquellos gobiernos de Isabel II contra los que había luchado.

El último Castelar destacó por su pragmatismo, por su colaboración con los partidos dinasticos, a la espera de que tarde o temprano el propio progreso social acabara haciendo inevitable la implantación de una república. Era lógico, ante este programa posibilista, que su partido y él mismo hubieran tenido dificultades para resultar convincentes. y que hasta en Cadiz se suprimiera la lapida que existía en la casa donde había nacido.

En 1888 Castelar abandonó la primera línea de la política, y una de sus principales ocupaciones consistió en escribir artículos de actualidad internacional para revistas extranjeras. Sin embargo, ante la crisis del 98 y la pérdida de Cuba, no vaciló en criticar con dureza la incapacidad de los gobiernos españoles. En mayo de 1899 llegó a anunciar su regreso a la política para impulsar la proclamación de una nueva República, pero pocos días mas tarde falleció enla localidad murciana de San Pedro del Pinatar sin haber llevado a la practica su último proyecto político.

Sobre las causas de la quiebra de la República

Discurso sobre su gestión al frente de la República tras la disolución de las Cortes. Congreso de los Diputados, Madrid, 2 de enero de 1874

A las Cortes Constituyentes:

Señores diputados: el Gobierno de la nación, fiel a los compromisos contraídos con vosotros, y a los deberes impuestos por su conciencia y su mandato, viene a daros cuenta del ejercicio de su poder, y a rendiros con este motivo el homenaje de su acatamiento y de su respeto.

Fatídicas predicciones se habían divulgado sobre la llegada de este día; fatídicas predicciones desmentidas por la experiencia, que ha demostrado una vez mas cómo en las repúblicas no entorpece la fuerza del poder al culto por la legalidad. Las generaciones contemporaneas, educadas en la libertad y venidas a organizar la democracia, detestan igualmente las revoluciones y los golpes de Estado, fiando sus progresos y la realización de sus ideas a la misteriosa virtud de las fuerzas sociales y a la practica constante de los derechos humanos. Tal es el caracter de las modernas sociedades.

Pero si el desorden, si la anarquía, se apoderan de ellas y quieren someterlas a su odioso despotismo, el instinto conservador se revela de súbito, y las lleva a salvarse por la creación casi instantanea de una verdadera autoridad.

Así, en el funestísimo período en que una parteconsiderable de la nación se vio entregada a los horrores de la demagogia, dividiéndose nuestras provincias en fragmentos, donde reinaba todo género de desórdenes y de tiranías, las Cortes ocurrieron al remedio de este grave daño, creando poderes vigorosos y fuertes.

El Gobierno ha ejercido estos poderes, que eran omnímodos, con lenidad y con prudencia, atento a vencer las dificultades extrañas mas que a extremar su propia autoridad.

Dondequiera que ha habido un amago de desorden, allí ha estado su mano con prontitud y con energía. Dondequiera que ha habido una conjura, allí ha entrado con animo resuelto y verdadero celo. El orden público se ha mantenido ileso, fuera del radio de la guerra, y las clases todas se han entregado a su actividad y a su trabajo ().

No olvidéis, pues, que estamos en guerra; que debemos sostener esta guerra; que todo a la guerra ha de subrogarse, que no hay política posible fuera de la política de guerra. No olvidéis que peligran en este trance nuestra recién nacida República y nuestra antigua libertad, las conquistas de la civilización, los derechos que tenemos a ser un pueblo moderno, un pueblo europeo.

Y no olvidéis que la política de guerra es una política anormal, en que algunas funciones sociales se suspenden, y en que precisa transitoriamente sacrificar alguna manifestación de la libertad, no de otra suerte que en la fiebre se debe suspender por necesidad la alimentación ordinaria, que es tan precisa a la vida.

Porque, señores diputados,o la guerra no es nada, o es por su propia naturaleza una gran violencia contra otra gran violencia, un despotismo contra otro despotismo, en que de algún lado se halla la razón, pero sin contar para prevalecer con otro medio que la fuerza.

Permitidme aconsejaros, sin embargo, que uséis de estos medios de excepción y de fuerza con la templanza y la energía con que en su guerra de independencia y en su guerra de separación los usaron aquellos que se llamaran en la historia moderna los fundadores de la democracia y de la República.

Nosotros hemos tenido estos medios en nuestras manos, y los hemos usado con toda moderación, prefiriendo que nos creyeran débiles a que nos creyeran crueles, convencidos de que basta querer imponer la autoridad para que la autoridad se imponga.

Ademas de estos medios políticos se necesitan fines políticos también. Y estos fines políticos deben ser, recordando en el nacimiento de nuestras instituciones que todos los seres recién nacidos son seres imperfectos, proponeros, no una República de escuela o de partido, sino una República nacional ajustada por su flexibilidad a las circunstancias, transigente con las creencias y las costumbres que encuentra a su alrededor, sensata para no alarmar a ninguna clase, fuerte para intentar todas las reformas necesarias, garantía de los intereses legítimos y esperanza de las generaciones que nacen impacientes por realizar nuevos progresos en las sociedades humanas ().

Pero no basta: para proseguir yterminar la guerra con los medios políticos se necesitan al mismo tiempo los medios militares. Mucho se ha declamado contra el Ejército, pero a medida que se avanza en la experiencia de la vida se ve mas clara la necesidad imprescindible que tienen los pueblos del Ejército. Mucho se ha extrañado la inmensa importancia dada a la profesión militar; pero cuando se medita que en medio del egoísmo general representa el Ejército la abnegación de sí mismo, y la sujeción a las leyes rigurosas, en las cuales se anula toda personalidad, llevando este grande y continuo sacrificio hasta inmolar su vida propia por la vida y el reposo de los demas, se comprende y se comparte el orgullo con que han mirado todos los pueblos cultos las glorias de sus ejércitos ().

La verdad es que por la República el Ejército ha combatido en Barbaricen Montejurra y Belavierre, en Estella, en Berga y en Monreal; por la República el Ejército, antes indisciplinado, de Cataluña, ha hecho en todas partes prodigios de heroísmo; por la República ha empapado en sangre las montañas y las llanuras de Ares y Bocairente; por la República ha engendrado en su fecundo seno nuevos héroes, y ha tenido en sus gloriosos anales nuevos martires. Si la guerra civil ha de proseguir con vigor y ha de acabar con éxito, precisa que inmediatamente autoricen las Cortes el llamamiento de nuevas reservas que caigan sobre el Centro, sobre el Norte, sobre Cataluña, y contrasten la pujanza de los absolutistas.

El pueblo armado hacontribuido también a sostener la causa de la libertad. Desvanecidos los delirios separatistas, engendro fatídico de un momento, el pueblo armado en todas partes corrió a defender nuestros derechos, a salvar nuestras queridas instituciones. Así el Gobierno se ha apresurado, en virtud de la autorización que le concedisteis, a formar una milicia en la cual tomen parte todos los ciudadanos ().

Los que se quejan de la decadencia del espíritu público; los que creen al pueblo indiferente entre el absolutismo y la República, pueden recordar los voluntarios de Mora de Ebro, gastando hasta el último cartucho sin perder la última esperanza; los voluntarios de Bilbao aguijoneados de la misma decisión que sus padres; los voluntarios de Olot, de Puigcerda, de Barbera, de Tolosa, de innumerables pueblos; los voluntarios de Tortella, que después de haber perdido sus casas y sus bienes se consolaban con haber conservado, en la desnudez y en el hambre, su libertad y su República ().

Pero no basta con obras de consolidación; se necesitan obras de progreso; no basta con atender a la conservación de nuestras instituciones; se necesita mejorarlas y reformarlas, que no somos un Gobierno exclusivo como los antiguos; somos y debemos ser un Gobierno de estabilidad y de progreso aun tiempo. Y las reformas que mas urgen son: establecimiento inmediato de la instrucción primaria obligatoria y gratuita, pagandola por el presupuesto general de la nación, a fin de evitar la miseria de los maestros deescuela, mal y tarde retribuidos, por regla general, en los ayuntamientos; separación de la Iglesia y del Estado para que a un tiempo la conciencia consagre todos sus derechos, y el Gobierno tome el caracter imparcial que entre todos los cultos le imponen nuestras libertades; abolición de toda corvea, de toda servidumbre, de toda esclavitud, para que sólo haya hombres libres en el seno de nuestra República, lo mismo aquende que allende los mares.

Si obedeciendo al doble movimiento de conservación y de progreso que impulsa a las sociedades modernas entrais en una política mesurada y conseguís un gobierno estable, sera reconocida por Europa nuestra República ().

Nuestra situación, grave bajo varios aspectos, ha mejorado bajo otros. El orden se halla mas asegurado, el respeto a la autoridad mas exigido arriba y mas observado abajo. La fuerza pública ha recobrado su disciplina y subordinación. Los motines diarios han cesado por completo. Ya nadie se atreve a despojar de sus armas al Ejército, ni el Ejército las arroja para entregarse a la orgía del desorden. Los ayuntamientos no se declaran independientes del poder central, ni erigen esas dictaduras locales que recordaban los peores días de la Edad Media. Las diputaciones provinciales no se atreven a convertirse en jefes de la fuerza pública. El orden y la autoridad tienen sólidos fundamentos, que siéndolos de la República, lo son también de la democracia y de la libertad.

Es necesario cerrar para siempre definitivamenteasí la era de los motines populares, como la era de los pronunciamientos militares. Es necesario que el pueblo sepa que todo cuanto en justicia le corresponde puede esperarlo del sufragio universal, y que de las barricadas y de los tumultos sólo puede esperar su ruina y su deshonra. Es necesario que el Ejército sepa que ha sido formado, organizado, armado para obedecer la legalidad, sea cual fuere: para obedecer a las Cortes, dispongan lo que quieran; para ser el brazo de las leyes. Los hombres públicos debían todos decir, así a los motines populares como a las sediciones militares: si triunfaseis aunque invoquéis mi nombre, aunque os cubrais con mi bandera, tenedlo entendido, nos encontraréis entre los vencidos: que a una victoria por esos medios, preferimos la proscripción y la muerte ().

Lo necesario, lo urgente es crear lo estable, erigirlo en las bases del asentimiento universal, llamar con eficacia a todos los partidos liberales a su seno, desposeerse del egoísmo que acompaña al poder para tornar la expansión infinita que ha menester la democracia, atraerle todas las clases, demostrando a unas que en ella el progreso es seguro, aunque pacífico, y a otras que en ella la necesidad de la conservación se impone con la mas incontrastable de las fuerzas, con las fuerzas de toda la sociedad.

Proponiéndoos una conducta de conciliación y de paz, que aplaque los animos y no los encone, que sea a un tiempo la libertad y la autoridad, señores diputados, podéis apelar de lasinjusticias presentes a la justicia definitiva, y cuando haya pasado el período de lucha y de peligro, encerraros en el olvido del hogar, mereciendo a vuestra conciencia y esperando de la historia el título de propagadores, fundadores y conservadores de la República en España.

Señores diputados: hora es ya de que resolvamos esta crisis; a la altura en que nos encontramos, opresa la Camara del sueño, opreso yo mismo de la inquietud que me inspira mi grande responsabilidad, ya que ahora soy arbitro del tiempo, seré breve.

Seré breve, me defenderé brevemente, para que no se crea que defiendo el poder que acepté casi impuesto, el poder que he mantenido vigorosamente en mis manos, el poder que entrego íntegro a esta Camara republicana.

Señores diputados, la situación en que se encuentra el presidente del poder ejecutivo ha sido con grande elocuencia resumida en breves frases por mi amigo el señor Labra. Me ha dicho mi amigo el señor Labra que yo inspiro recelos y sospechas al Partido Republicano. No trato de tachar de inconsecuente al señor Labra, aun cuando su señoría me ha tachado a mí de tal yo lo he confesado, y creo que la inconsecuencia tiene una grande justificación cuando se inspira en grandes móviles. Yo he consumido parte de mí tiempo en una sociedad literaria, de la cual era miembro el señor Labra, y allí contendíamos, él defendiendo la monarquía siendo un niño, y yo defendiendo la República siendo muy joven. ¡Quién me había de decir a mí que el señor Labra,monarquico hasta la última hora de la monarquía y ahora desinteresado republicano, vendría a decirme que inspiro recelos a un partido por el cual he sacrificado mi existencia y he sido condenado a garrote vil por la tiranía de los Borbones!

Sin embargo, tengo que decir una cosa. Yo nunca le he sido sospechoso al Partido Republicano en la oposición; le soy sospechoso cuando el Partido Republicano tiene el poder, cuando es arbitro de la fortuna y de los tesoros de la nación, y si le soy sospechoso, es porque le digo que él solo no puede salvar la República; es porque le digo que esta perturbado; es porque le digo que no gobernara como no condene enérgicamente esa demagogia. ¿Y quién tiene derecho a extrañarse de que yo represente en el Partido Republicano el elemento mas conservador por excelencia? ¿Dónde estaba yo a los 21 años, cuando se empezó una lucha entre La Discusión y La Soberanía Nacional} Estaba con el mas moderado de aquellos periódicos, con La Discusión. Mas tarde vino la lucha que ahora también nos separa, y en aquel gran debate, mientras unos republicanos se encontraban de parte de la utopía socialista, que prometía no sé qué edenes que no han podido traer a la tierra, yo me encontraba de parte de los individualistas.

Adelantaron los tiempos, llegamos al terreno practico; unos republicanos decían que no querían aliarse con los progresistas, ni aun para derribar a los Borbones, y otros republicanos, en mi sentir mas practicos y mas conservadores, decíamos que si nonos aliabamos con los progresistas para esta obra común, ellos entrarían en la Camara, acatarían a los Borbones, serían llamados al poder y perderíamos toda esperanza para la democracia y para la República en España. Por consecuencia, me encuentro hoy casi en la misma situación en que me encontraba antes de la revolución de septiembre. Yo estaba por la coalición; los que ahora me combaten estaban por el aislamiento. Con vuestro aislamiento os hubierais consumido en vuestras catedras, en vuestros periódicos y en vuestras academias; con mi coalición ha venido la libertad, la democracia y la República.

Vino después el momento de la revolución de septiembre; y yo, teóricamente república no, teórica mente federal, dije, sin embargo, a los hombres mas eminentes de aquella revolución: habéis convenido en los derechos individuales y en el sufragio universal aceptando la monarquía, pues yo soy mas conservador que vosotros: yo no tengo inconveniente en que me limitéis el sufragio y los derechos individuales, con tal que ante todo y sobre todo me deis nuestra querida República.

Y luego, señores, vino la grande inconsecuencia de la revolución, que fue el haber levantado sobre tan generosos principios una monarquía, y para mayor mengua, una monarquía extranjera. Yo entonces busqué los procedimientos de acabar con aquella monarquía; una parte considerable del Partido Republicano se inclinaba a los procedimientos de fuerza; y yo, como mas conservador, me inclinaba a los procedimientosparlamentarios. Pronuncióse en aquellos momentos la palabra benevolencia, que fue el veneno que mató la monarquía democratica. Y yo desde el momento en que pronuncié aquella palabra, ¿no fui un aliado fidelísimo e incansable del partido radical? ¿No le apoyé directamente con mis votos, e indirectamente con mi silencio?

Vino la República, no traída por los republicanos, que no tienen derecho a llamarse los fundadores de la República, sino traída por los radicales; así es que yo entré a formar parte con gran satisfacción de un ministerio en que había elementos radicales; y la noche triste para la República del 24 de febrero, en que aquella coalición se rompió, yo dije a la minoría republicana el abismo a que se arrastraba a la República. Ya estamos en el fondo de ese abismo ().

¿Por ventura he dejado de apoyar yo a alguno de los hombres del Partido Republicano? Yo apoyé al señor Figueras hasta el último momento; yo apoyé constantemente al señor Pi, y no me arrepiento de ese apoyo, y luego apoyé al señor Salmerón con todo mi corazón, porque es mi amigo, mi condiscípulo, mi discípulo, uno de los filósofos que mas ilustran nuestra patria, y porque le quiero con toda la efusión de mi alma.

¿Y qué sucedió? Que un día, después de agotados todos los medios de fuerza, el señor Salmerón no pudo vencer ciertos obstaculos y ciertos escrúpulos nacidos de su conciencia.

Entonces yo me encontraba en la Presidencia de esta Camara en una beatitud perfecta, sin ningunaresponsabilidad, alejado del poder, que me repugna mascada día, y tuve que bajar de mi Olimpo y venir a este potro. ¿Y por qué bajé? Porque así me lo exigía el deber, porque yo no podía volver la cara al peligro ni rehuir responsabilidades.

El señor Labra nos decía: ¿por qué no imitais la conducta del rey don Amadeo, que se fue antes de violar los principios democraticos? El rey don Amadeo procedió noblemente, pero el señor Labra ha de permitirme que le diga que al rey don Amadeo no le interesaba España tanto como me interesa a mí. Él iba a tierra donde reposan los huesos de sus padres. Yo tenía que quedarme aquí hasta morir, si es preciso, para que no perezcan en manos de la República la salud, la integridad de la patria. Y me quedé. ¿Y en qué situación me encontré? ¿Era, por ventura, la situación del momento la que me preocupaba y afligía? No; con gran patriotismo, con gran energía, el ministerio Salmerón había dulcificado aquella situación: pero yo veía los resultados del desmembramiento cantonal, de la indisciplina militar, de la falta de toda autoridad arriba y toda obediencia abajo; yo veía los peligros que se cernían sobre nuestras cabezas, en el momento en que era necesario arrancar a las madres sus hijos y lanzarlos a la lucha, a la muerte, y pedí facultades extraordinarias. Las he usado, y desafío a todo Gobierno que quiera seguir la guerra con vigor a que gobierne con los mismos procedimientos en tiempos normales que en tiempos anormales ().

Yo soy demócrata portemperamento, por convicción, por historia: pero así como amo el sol, y el sol tiene eclipses, así cuando los fétidos pantanos de las antiguas creencias arrojan sus miasmas por todas partes; cuando este suelo estremecido por tantas tradiciones absolutistas levanta crateres que pueden incendiar hasta la médula de nuestra libertad y de nuestros derechos, entonces consiento que el humo y los vapores nublen el sol de la democracia, seguro de que ese sol ha de ser eterno y esplendoroso. Pero antes que liberal, antes que demócrata, soy republicano, y prefiero la peor de las repúblicas a la mejor de las monarquías; y prefiero una dictadura militar dentro de la República, al mas bondadoso de todos los reyes.

Porque, señores, esta en la naturaleza de las monarquías; les sucede siempre a las monarquías, que, tarde o temprano, anulan los derechos de las democracias; como sucede siempre a las Repúblicas que admiten el espíritu de su siglo. Y si no, ¿creéis que política ni aun socialmente es comparable el estado de las monarquías europeas con tantos siglos de grandezas, de glorias y de conquistas, con el estado político de las repúblicas de América? Pero hay aquí una cosa, y es que si la República de mis ideas y de mis ensueños pudiera realizarse, habría pocas repúblicas tan hermosas. Yo le pondría todas las prendas y todas las galas del arte, y haría que en ella todos los hombres practicaran todas las virtudes; pero, señores diputados, lo que yo tengo que hacer es la República de la realidad; yos digo que es una ley, no histórica, sino fisiológica, que todos los seres nazcan imperfectos. La encina que ha de desafiar el huracan y los siglos, es en su nacimiento un débil tallo que se doblega bajo el ala del insecto ().

La misma República de los Estados Unidos no pudo salvarse sino por diez años de dictadura; que todos los seres, cuando mas perfectos han de ser en su desarrollo nacen mas imperfectos y mas débiles. Por consecuencia, lo que yo deseo es que tengamos la República posible; y lo que quiero y se lo digo en su cara al Partido Republicano, es que tenga la mayor abnegación posible; que se deshaga cuanto pueda del poder. Y que imite a aquellos artistas de la Edad Media que después de haber levantado las mas maravillosas catedrales, no ponían su nombre en una sola piedra.

¿Sabéis porqué? Porque yo no necesito la adhesión de los republicanos a la República; lo que necesito es que la sostengan los elementos que no son republicanos, o que lo son hace poco, y por eso quiero, usando la frase vulgar, resellarlos para la República. No he hecho esa política porque no he podido: los ministros que hay aquí no son unionistas, no han apoyado a Posada Herrera, no han sido ni siquiera progresistas, y por consiguiente no autorizan a que se diga que yo traigo al poder los partidos contrarios a la República. Pero lo declaro con franqueza: si algún día fuese arbitro de traerlos, si tuviera confianza en que habían de ser republicanos por convicción o por necesidad, os loaseguro, no me tachéis de desleal, los traería al poder. Ya lo sabéis: proceded en consecuencia, aquí veo a algún amigo mío arrojarme otra vez las palabras «ahí tenéis a López: López hizo lo mismo; trajo los otros partidos al poder y lo devoraron a él». Pero, señores, ¿cual fue el primer crimen de aquellos hombres? El haber combatido rudamente al general Espartero, sacrificando lo real a lo perfecto.

luego llamó a aquellos partidos a que le ayudasen a crear-¡inocente!- la mayoría de la reina. Si yo trajera a los otros partidos, los traería precisamente para evitar la mayoría del príncipe Alfonso ().

Yo creo, señores, que urge fundar el partido conservador republicano; porque si no tenemos muchos matices, no podremos conservar mucho tiempo la República. Y nosotros tenemos mas cualidades que nadie para ser el partido conservador de la República, porque somos los que hemos conseguido ya todo cuanto hemos predicado. Porque, después de todo, tenemos la democracia; tenemos la libertad, tenemos los derechos individuales, tenemos la República; no nos falta ya nada (Rumores en la izquierda). No nos falta nada de cuanto hemos predicado; vosotros, los que queréis reunir al mundo para dividirlo luego en cantones y poner un Contreras en cada uno, sois los que tenéis aún mucho que desear.

Pero a nosotros con dos reformas nos basta: primera, la separación de la Iglesia y el Estado; segunda, la abolición de la esclavitud (Una voz: ¿Y la federal?). La federal; eso es organizaciónmunicipal y provincial, y hablaremos mas tarde; eso no vale la pena (Risas y murmullos). El mas federal tiene que aplazarla por diez años (Una voz: ¿Y el proyecto?). Lo quemaron en Cartagena (Grandes aplausos). No me diréis que no soy franco (El señor Armentía: Se acaba la paciencia). ¿Se le acaba la paciencia al señor Armentia? Pues, señor Armentia, yo tengo derecho, como su señoría, a decir a mi patria lo que pienso y lo que siento; la Camara me juzgara; yo, antes que todo, soy hombre de honor y de vergüenza (Aplausos).

¡Ah!, yo sería un traidor si dijese esto delante de una Camara monarquica para conservar el poder, pero como se lo digo a una Camara republicana federal intransigente, tengo en esto mucha dignidad, mucha elevación y mucha honra (Aplausos).

Ya sé yo que me llamaréis apóstata, inconsecuente, traidor; pero yo creo que hay una porción de ideas muy justas, que son en este momento histórico irrealizables, y no quiero perder la República por utopías. Me contento ahora con la República, y creo que han contribuido mucho a traerla varios partidos, los hombres políticos que la iniciaron, y a los cuales, sean cualesquiera las disidencias que de ellos me separen, rendiré siempre fervoroso culto. La han traído también aquellos partidos que, sea cualquiera el móvil porque en los móviles no se puede entrar, aquellos partidos, digo, que en Cadiz levantaron la bandera de la insurrección contra la dinastía de los Borbones, y creo que esos hombres hicieron mas por la Repúblicaque todos vuestros marinos cantonales (Dirigiéndose a la izquierda. Risas).

Creo mas; creo que contribuyeron atraerla República los demócratas a quienes tendía tan elocuentemente sus brazos esta noche el señor Labra; ellos divulgaron los derechos individuales, ellos los implantaron en una Constitución que ha de ser base de todas las Constituciones futuras ().

Vosotros apartad de la demagogia al pueblo y hacedle ver que dentro de la República tendra el pan del alma y el pan del cuerpo, y nosotros apartemos a los elementos conservadores de la monarquía y hagamosles ver que en la República tendran también garantizados sus legítimos intereses (Aplausos). Hagamos esto, unamonos todos en una gran fusión, teniendo todos la franqueza de sus ideas. Si alguno de nosotros pasa en esto por impopular, ¡qué remedio tiene!, es muy cómoda, es muy placentera la popularidad. Yo la he devorado con anhelo, yo la he tenido, creo haberla perdido y creo en gran parte que merezco perderla, porque si no la perdiera, me sentiría fuera de aquella ley de que a toda realidad acompaña un gran desengaño: que los Bautistas y los profetas estan destinados a ser bendecidos, y los que gobiernan estan condenados a ser maldecidos, teniendo que aceptar noble y virilmente esa maldición.

Y aquí viene como de molde la cuestión de los ejércitos y los obispos.

Hace pocos días en una de las Camaras prusianas, le dirigían al príncipe de Bismarck una reconvención por haber cambiado ideas de secta en ciertasideas de gobierno y le decían lo que de seguro me va a decir el señor Armentia: «Apóstata». Bismarck contestaba: «Es verdad, pero cuando estaba allí era el jefe de una secta-, ahora estoy aquí y soy el jefe de una nación»; y como soy jefe de una nación, aunque sin merecerlo, he sostenido en mis manos prerrogativas, las regalías que por espacio de quince siglos ha tenido la nación española. Yo no podía ni debía promover un conflicto religioso. Les podra convenir a ciertos hombres de Estado de Prusia y de Suiza suscitar conflictos religiosos, pero a un hombre de Estado español en estas circunstancias, no le conviene tener un enemigo mas en la fe religiosa, que es muy respetable, tan respetable o mas que cualquier filosofía.

Después de todo, figurémonos que el Gobierno no hubiera querido usar de esta prerrogativa; el Papa hubiera nombrado los obispos y los arzobispos, y entonces el Gobierno hubiera tenido que usar de principios contrarios a la libertad de la Iglesia, impidiendo que estos obispos, que a los ojos de la ley escrita no eran tales obispos, hubieran tomado posesión de sus sillas. De suerte que tenía que violar los principios de la libertad religiosa, si es que a vosotros no os parece que esos principios no se violan cuando se violan en contra de los obispos. Es necesario no tener las preocupaciones volterianas, y después de todo, lo que hemos hecho en esto ha sido dar una nueva prueba de nuestro acatamiento, así a las leyes del Estado, como a la libertad de laIglesia. Porque el argumento de que hay presentado un proyecto de ley es un argumento baladí, que me extraña haya empleado el señor Labra. Pues qué, porque se haya traído un proyecto de ley repartiendo los bienes de propios a censo, ¿no podemos venderlos? Pues lo estamos vendiendo.

Las leyes no lo son en el régimen parlamentario hasta que se discuten y aprueban. ¡Pues no faltaba mas sino que todos los delirios que los señores diputados tuvieran por conveniente presentar sobre la mesa fueran leyes desde luego!

¿Y qué digo del Ejército, señores diputados? ¿Teníamos nosotros tiempo ni medios para organizarlo de otra manera? ¿Qué era lo urgente? Organizarlo en la forma que se podía. Y créame mi amigo el señor Salmerón; no era posible en aquel momento supremo improvisar esos medios. Gracias que vimos vestida, armada y equipada en lo posible una parte de ese Ejército, para lo cual hemos tenido que gastar 400 millones en estos cuatro meses, y ahora hay que aumentar mas ese Ejército, porque si no hay 50.000 hombres en las Provincias Vascongadas, 30.000 en Cataluña y 15.000 en el centro, y 15 o 16.000 caballos, y en vez de esto nos ocupamos en la desorganización del Ejército y en promover la indisciplina, créanlo los señores diputados, el peligro que no corrieron nuestros padres lo correremos nosotros; pues mientras nosotros discutimos los mayores o menores grados de federación, los carlistas se organizan, y si pronto no les ponemos un ejército bastante a contenerlos, ellos procuraranvenir sobre la ciudad santa de su rey, que es Madrid.

Si por algo lamento con profundo dolor los sucesos de esa insurrección que ha condenado a los habitantes de una importante ciudad a abandonarla; que ha abierto los presidios y convertido esa ciudad en un nido de piratas; que ha traído la intervención extranjera, y que ayer mismo quemó 50 millones al destruir la Tetuan, es porque podríamos haber dispuesto de esa fuerza para hacer frente a la insurrección carlista; por eso creo yo que la República no tiene mas que un enemigo temible: la demagogia, y entiendo que es necesario evitarla a todo trance.

Ahora, señores diputados, sólo me resta deciros que, si soy sospechoso al Partido Republicano, si es que me habéis de sustituir, lo hagais pronto; porque si algo me apena es el poder, y si alguna cosa me halaga es el retiro de mi hogar, al que llevaré la satisfacción de haber dado a mi país cuatro meses de paz en lo que me ha sido posible, y en él pediré a Dios os dé el oportuno acierto para salvar las dificultades que nos rodean y llevar adelante la República; lo que ciertamente no creo pueda conseguirse sin los medios que os acabo de indicar, y que son los que exige la naturaleza de los sucesos por que atraviesa la nación, pues delante de la guerra no hay mas política que seguir que la de la guerra.

Nada hay tan voluntario como la religión

Discurso sobre la libertad religiosa y la separación entre la Iglesia y el Estado. Congreso de los Diputados, Madrid, 12 de abrilde 1869

Señores diputados:

Decía mi ilustre amigo el señor Ríos Rosas en la última sesión, con la autoridad que le da su palabra, su talento, su alta elocuencia, su íntegro caracter, decíame que dudaba si tenía derecho a darme consejos. Yo creo que su señoría lo tiene siempre: como orador, lo tiene para darselos a un principiante; como hombre de Estado, lo tiene para darselos al que no aspira a este título; como hombre de experiencia, lo tiene para darselos al que entra por vez primera en este respetado recinto. Yo los recibo, y puedo decir que el día en que el señor Ríos Rosas me aconsejó que no tratara a la Iglesia católica con cierta aspereza, yo dudaba si había obrado bien; yo dudaba si había procedido bien, yo dudaba si había sido justo o injusto, si había sido cruel, y sobre todo, si había sido prudente.

¿Qué dije yo, señores, qué dije yo entonces? Yo no ataqué ninguna creencia, yo no ataqué el culto, yo no ataqué el dogma. Yo dije que la Iglesia católica, organizada como vosotros la organizais, organizada como un poder del Estado, no puede menos de traernos grandes perturbaciones y grandes conflictos, porque la Iglesia católica con su ideal de autoridad, con su ideal de infalibilidad, con la ambición que tiene de extender estas ideas sobre todos los pueblos, no puede menos de ser en el organismo de los Estados libres causa de una continua perturbación en todas las conciencias, causa de una constante amenaza a todos los derechos.

Si alguna duda pudierais tener,si algún remordimiento pudiera asaltaros, señores, ¿no se ha levantado el señor Manterola con la autoridad que le da su ciencia, con la autoridad que le dan sus virtudes, con la autoridad que le da su alta representación en la Iglesia, con la autoridad que le da la altísima representación que tiene en este sitio, no se ha levantado a decirnos en breves, en sencillas, en elocuentísimas palabras, cual es el criterio de la Iglesia sobre el derecho, sobre la soberanía nacional, sobre la tolerancia o intolerancia religiosa, sobre el porvenir de las naciones? Si en todo su discurso no habéis encontrado lo que yo decía, si no habéis hallado que reprueba el derecho, que reprueba la conciencia moderna, que reprueba la filosofía novísima, yo declaro que no ha dicho nada, yo declaro que todos vosotros tenéis razón y yo condeno mi propio pensamiento ().

Señores, nadie como yo ha aplaudido la presencia en este sitio del señor Manterola, la presencia en este sitio del ilustre obispo de Jaén, la presencia en este sitio del ilustre cardenal de Santiago. Yo creía, yo creo que esta Camara no sería la expresión de España si a esta Camara no hubieran venido los que guardan todavía el sagrado depósito de nuestras antiguas creencias, y los que aún dirigen la moral de nuestras familias. Yo los miro con mucho respeto, yo los considero con gran veneración, por sus talentos, por su edad, por el altísimo ministerio que representan. Consagrado desde edad temprana al cultivo de las ideas abstractas,de las ideas puras, en medio de una sociedad entregada con exceso al culto de la materia, en medio de una sociedad muy aficionada a la letra de cambio, en esta especie de indiferentismo en que ha caído un poco la conciencia olvidada del ideal, admito, sí, admito algo de divino, si es que ha de vivir el mundo incorruptible y ha de conservar el equilibrio, la armonía entre el espíritu y la naturaleza, que es el secreto de su grandeza y de su fuerza ().

Ya sabe el señor Manterola lo que san Pablo dijo: «Nihil tam voluntarium quam religio». Nada hay tan voluntario como la religión. El gran Tertuliano, en su carta a Escapula, decía también: «Non est religionis cogeré religioneni». No es propio de la religión obligar por fuerza, cohibir para que se ejerza la religión. ¿Y qué ha estado pidiendo durante toda esta tarde el señor Manterola? ¿Qué ha estado exigiendo durante todo su largo discurso a los señores de la comisión? Ha estado pidiendo, ha estado exigiendo que no se pueda ser español, que no se pueda tener el título de español, que no se puedan ejercer derechos civiles, que no se pueda aspirar a las altas magistraturas políticas del país sino llevando impresa sobre la carne la marca de una religión forzosamente impuesta, no de una religión aceptada por la razón y por la conciencia.

Por consiguiente, el señor Manterola, en todo su discurso, no ha hecho mas que pedir lo que pedían los antiguos paganos, los cuales no comprendían esta gran idea de la separación de laIglesia y del Estado; lo que pedían los antiguos paganos, que consistía en que el rey fuera al mismo tiempo papa, o, lo que es igual, que el pontífice sea al mismo tiempo, en alguna parte y en alguna medida, rey de España.

Y sin embargo, en la conciencia humana ha concluido para siempre el dogma de la protección de las Iglesias por el Estado. El Estado no tiene religión, no la puede tener, no la debe tener. El Estado no confiesa, el Estado no comulga, el Estado no se muere. Yo quisiera que el señor Manterola tuviese la bondad de decirme en qué sitio del valle de Josafat va a estar el día del juicio el alma del Estado que se llama España ().

Y si no, ¿en nombre de qué condenaba el señor Manterola, al finalizar su discurso, los grandes errores, los grandes excesos, causa tal vez de su perdición, que en materia religiosa cometieron los revolucionarios franceses? No crea el señor Manterola que nosotros estamos aquí para defender los errores de nuestros mismos amigos: como no nos creemos infalibles, no nos creemos impecables, ni depositarios de la verdad absoluta; como no creemos tener las reglas eternas de la moral y del derecho, cuando nuestros amigos se equivocan, condenamos sus equivocaciones, cuando yerran los que nos han precedido en la defensa de la idea republicana, decimos que han errado porque nosotros no tenemos desde hace 19 siglos el espíritu humano amarrado en nuestros altares ().
El señor Manterola ha sostenido esta tarde que el Estado puede y debe imponer unareligión, () pues el señor Manterola no tenía razón () o creemos en la religión porque así nos lo dicta nuestra conciencia, o no creemos en la religión porque también la conciencia nos lo dicta así. Si creemos en la religión porque nos lo dicta nuestra conciencia, es inútil, completamente inútil, la protección del Estado; si no creemos en la religión porque nuestra conciencia nos lo dicta, en vano es que el Estado nos imponga la creencia; no llegara hasta el fondo de nuestro ser, no llegara al fondo de nuestro espíritu: y como la religión, después de todo, no es tanto una relación social como una relación del hombre con Dios, podréis engañar con la religión impuesta por el Estado a los demas hombres, pero no engañaréis jamas a Dios, a Dios, que escudriña con su mirada el abismo de la conciencia.
Hay en la Historia dos ideas que no se han realizado nunca; hay en la sociedad dos ideas que nunca se han realizado: la idea de una nación, y la idea de una religión para todos. Yo me detengo en este punto, porque me ha admirado mucho la seguridad con que el señor Manterola decía que el catolicismo progresaba en Inglaterra, que el catolicismo progresaba en los Estados Unidos, que el catolicismo progresaba en Oriente. Señores, el catolicismo no progresa en Inglaterra. Lo que allí sucede es que los liberales, esos liberales tenidos siempre por réprobos y herejes en la escuela de su señoría, reconocen el derecho que tiene el campesino católico, que tiene el pobre irlandés, a nopagar de su bolsillo una religión en que no cree su conciencia. Esto ha sucedido y sucede en Inglaterra. En cuanto a los Estados Unidos diré que allí hay 34 ó 35 millones de habitantes; de estos 34 ó 35 millones de habitantes, hay 31 millones de protestantes y 4 millones de católicos, si es que llega; y estos 4 millones se cuentan, naturalmente, porque allí hay muchos europeos, y porque aquella nación ha anexionado la Luisiania, Nueva Texas, la California, y, en fin, una porción de territorios cuyos habitantes son de origen católico ().
Señores, entremos ahora en algunas de las particularidades del discurso del señor Manterola. Decíanos su señoría: «¿Cuando han tratado mal, en qué tiempo han tratado mal los católicos y la Iglesia católica a los judíos?». Y al decir esto se dirigía a mí, como reconviniéndome añadía: «Esto lo dice el señor Castelar, que es catedratico de Historia». Es verdad que lo soy, y lo tengo a mucha honra; y por consiguiente, cuando se trata de historia es una cosa bastante difícil el tratar con un catedratico que tiene ciertas nociones muy frescas, como para mí sería muy difícil el tratar de teología con persona tan altamente caracterizada como el señor Manterola. Pues bien, cabalmente en los apuntes de hoy para la explicación de mi catedra tenía el siguiente: «En la escritura de fundación del monasterio de San Cosme y San Damian, que lleva la fecha de 978, hay un inventario que los frailes hicieron de la manera siguiente: primero ponían 'varios objetos';y luego ponen '50 yeguas', y después '30 moros y 20 moras': es decir, que ponían sus 50 yeguas antes que sus 30 moros y sus 20 moras esclavas».
De suerte que para aquellos sacerdotes de la libertad, de la igualdad y de la fecundidad, eran antes sus bestias de carga que sus criados, que sus esclavos, lo mismo, exactamente lo mismo que para los antiguos griegos y para los antiguos romanos.

Señores, sobre esto de la unidad religiosa hay en España una preocupación de la cual me quejo, como me quejaba el otro día de la preocupación monarquica. Nada mas facil que a ojo de buen cubero decir las cosas. España es una nación eminentemente monarquica, se recoge esa idea y cunde y se repite por todas partes hasta el fin de los siglos. España es una nación intolerante en materias religiosas, y se sigue esto repitiendo, y ya hemos convenido todos en ello.

Pues bien yo le digo a su señoría que hay épocas, muchas épocas en nuestra historia de la Edad Media en que España no ha sido nunca, absolutamente nunca, una nación tan intolerante como el señor Manterola supone. Pues qué, ¿hay, por ventura, en el mundo nada mas ilustre, nada mas grande, nada mas digno de la corona material y moral que lleva, nada que en el país esté tan venerado, como el nombre ilustre del inmortal Fernando III,de Fernando III el Santo? ¿Hay algo? ¿Conoce el señor Manterola algún rey que pueda ponerse a su lado? Mientras su hijo conquistaba Murcia, él conquistaba Sevilla y Córdoba. ¿Y qué hacía, señor Manterola, conlos moros vencidos? Les daba el fuero de los jueces, les permitía tener sus mezquitas, les dejaba sus alcaldes propios, les dejaba su propia legislación. Hacía mas: cuando era robado un cristiano, al cristiano se devolvía lo mismo que se le robaba; pero cuando era robado un moro, al moro se le devolvía doble. Esto tiene que estudiarlo el señor Manterola en las grandes leyes, en los grandes fueros, en esa gran tradición de la legislación mudéjar, tradición que nosotros podríamos aplicar ahora mismo a las religiones de los diversos cultos el día que estableciésemos la libertad religiosa y diéramos la prueba de que, como dijo Madame Staël, en España lo antiguo es la libertad, lo moderno el despotismo.

Hay, señores, una gran tendencia en la escuela neocatólica a convertir la religión en lo que decían los antiguos; los antiguos decían que la religión sólo servía para amedrentar a los pueblos; por eso decía el patricio romano: Religio idest, metus: la religión quiere decir miedo. Yo podría decir a los que hablan así de la religión aquello que dice la Biblia: «Cognovit bos posesorem suum, et asinus proesepe dominisunt, et Israel non cognovit, et populus meusnon intelexit», que quiere decir que el buey conoce su amo, el asno su pesebre, y los neocatólicos no conocen a su Dios ().

Me preguntaba el señor Manterola si yo había estado en Roma. Sí, he estado en Roma, he visto sus ruinas, he contemplado sus 300 cúpulas, he asistido a las ceremonias de la Semana Santa, he mirado lasgrandes sibilas de Miguel Angel, que parecen repetir, no ya las bendiciones, sino eternas maldiciones sobre aquella ciudad; he visto la puesta del sol tras la basílica de San Pedro, me he arrobado en el éxtasis que inspiran las artes con su eterna irradiación, he querido encontrar en aquellas cenizas un atomo de fe religiosa, y sólo he encontrado el desengaño y la duda ().

Nos decía el señor Manterola: «¿Qué tenéis que decir de la Iglesia, qué tenéis que decir de esa gran institución, cuando ella os ha amamantado a sus pechos, cuando ella ha creado las universidades?». Es verdad, yo no trato nunca, absolutamente nunca, de ser injusto con mis enemigos.

Cuando la Europa entera se descomponía, cuando el feudalismo reinaba, cuando el mundo era un caos, entonces (pues qué, ¿vive tanto tiempo una institución sin servir para algo al progreso?), ciertamente, indudablemente, las teorías de la Iglesia refrenaron a los poderosos, combatieron a los fuertes, levantaron el espíritu de los débiles y extendieron rayos de luz, rayos benéficos, sobre todas las tierras de Europa, porque era el único elemento intelectual y espiritual que había en el caos de la barbarie. Por eso se fundaron las universidades.

Pero ¡ah, señor Manterola! ¡Ah, señores diputados! Me dirijo a la Camara: comparad las universidades que permanecieron fieles, muy fieles, a la idea tradicional después del siglo XVI, con las universidades que se separaron de esta idea en los siglos XVI, XVII y XVIII. Pues qué,¿puede comparar el señor Manterola nuestra magnífica Universidad de Salamanca, puede compararla hoy con la Universidad de Oxford, con la de Cambridge o con la de Heidelberg? No.

¿Por qué aquellas universidades, como el señor Manterola me dice y afirma, son mas ilustres, son mas grandes, han seguido los progresos del espíritu humano y han engendrado las unas a los grandes filósofos, las otras a los grandes naturalistas? No es porque hayan tenido mas razón, mas inteligencia que nosotros, sino porque no han tenido sobre su cuello la infame coyunda de la Inquisición, que abrasó hasta el tuétano de nuestros huesos y hasta la savia de nuestra inteligencia.

El señor Manterola se levanta y, dice: «¿Qué tenéis que decir de Descartes, de Mallebranche, de Orígenes y de Tertuliano?». Descartes no pudo escribir en Francia, tuvo que escribir en Holanda. ¿Por qué en Francia no pudo escribir? Porque allí había catolicismo y monarquía, en tanto que en Holanda había libertad de conciencia y República. Mallebranche fue casi tachado de panteísta por su idea platónica de los cuerpos y las ideas de Dios. ¿Y por qué me cita el señor Manterola a Tertuliano? ¿No sabe que Tertuliano murió en el montañismo? ¿A qué me cita Su Señoría también a Orígenes? ¿No sabe que Orígenes ha sido rechazado por la Iglesia? ¿Y por qué? ¿Por negar a Dios? No, por negar el dogma del infierno y el dogma del diablo.
Decía el señor Manterola: «La filosofía de Hegel ha muerto en Alemania». Éste es el error, no de laIglesia católica, sino de la Iglesia en sus relaciones con la ciencia y la política. Yo hablo de la Iglesia en su aspecto civil, en su aspecto social. De lo relativo al dogma hablo con todo respeto, con el gran respeto que todas las instituciones históricas me merecen; hablo de la Iglesia en su conducta política, en sus relaciones con la ciencia moderna. Pues bien; yo digo una cosa: si la filosofía de Hegel ha muerto en Alemania, señores diputados, ¿sabéis dónde ha ido a refugiarse? Pues ha ido a refugiarse en Italia, donde tiene sus grandes maestros; en Florencia, donde esta Ferrari; en Napoles, donde esta Vera. ¿Y sabe su señoría por qué sucede eso? Porque Italia, opresa durante mucho tiempo; la Italia, que ha visto a su papa oponerse completamente a su unidad e independencia; la Italia, que ha visto arrebatar niños como Mortara, levantar patíbulos como los que se levantaron para Monti y Tognetti, cada día se va separando de la Iglesia y se va echando en brazos de la ciencia y de la razón humanas.
Y aquí viene la teoría que el señor Manterola no comprende de los derechos ilegislables, por lo cual atacaba con toda cortesía a mi amigo el señor Figueras; y comoquiera que mi amigo el señor Figueras no puede contestar por estar un poco enfermo de la garganta, debo decir en su nombre al señor Manterola que casualmente, si a alguna cosa se puede llamar derechos divinos, es a los derechos fundamentales humanos, ilegislables. ¿Y sabe su señoría por qué? Porque después de todo, si en nombrede la religión decís lo que yo creo, que la música de los mundos, que la mecanica celeste es una de las demostraciones de la existencia de Dios, de que el universo esta organizado por una inteligencia superior, suprema; los derechos individuales, las leyes de la naturaleza, las leyes de nuestra organización, las leyes de nuestra voluntad, las leyes de nuestra conciencia, las leyes de nuestro espíritu, son otra mecanica celeste no menos grande, y muestran que la mano de Dios ha tocado a la frente de este pobre ser, humano y lo ha hecho a Dios semejante.
Después de todo, como hay algo que no se puede olvidar, como hay algo en el aire que se respira, en la tierra en que se nace, en el sol que se recibe en la frente, algo de aquellas instituciones en que hemos vivido, el señor Manterola, al hablar de las Provincias Vascongadas, al hablar de aquella República con esa emoción extraordinaria que yo he compartido con su señoría, porque yo celebro que allí se conserve esa gran democracia histórica para desmentir a los que creen que nuestra patria no puede llegar a ser una república, una república federativa; al hablar de aquel arbol cuyas hojas los soldados de la Revolución francesa trocaban en escarapelas (buena prueba de que si puede haber disidencias entre los reyes, no puede haberla entre los pueblos), de aquel arbol que, desde Ginebra saludaba Rousseau como el mas antiguo testimonio de la libertad en el mundo; al hablarnos de todo esto el señor Manterola, se ha conmovido, me haconmovido a mí, ha conmovido elocuentemente a la Camara. ¿Y por qué, señores diputados? Porque ésta era la única centella de libertad que había en su elocuentísimo discurso. Así decía el señor Manterola que era aquélla una república modelo, porque se respetaba el domicilio: pues yo le pido al señor Manterola que nos ayude a formar la República modelo, la república divina, aquella en que se respete el asilo de Dios, el asilo de la conciencia humana, el verdadero hogar, el eterno domicilio del espíritu.
Decíanos el señor Manterola que los judíos no se llevaron nada de España, absolutamente nada, que los judíos lo mas que sabían hacer eran babuchas; que los judíos no brillaban en ciencias, no brillaban en artes; que los judíos no nos han quitado nada. Yo, al vuelo, voy a citar unos cuantos nombres europeos de hombres que brillan en el mundo y que hubieran brillado en España sin la expulsión de los judíos.
Espinoza: podréis participar o no de sus ideas, pero no podéis negar que Espinoza es quiza el filósofo mas alto de toda la filosofía moderna; pues Espinoza, si no fue engendrado en España, fue engendrado por progenitores españoles, y a causa de la expulsión de los judíos fue parido lejos de España, y la intolerancia nos arrebató esa gloria.

Y sin remontarnos a tiempos remotos, ¿no se gloria hoy la Inglaterra con el ilustre nombre de Disraeli, enemigo nuestro en política, enemigo del gran movimiento moderno; tory, conservador reaccionario, aunque ya quisiera yo que muchosprogresistas fueran como los conservadores ingleses? Pues Disraeli es un judío, pero de origen español; Disraeli es un gran novelista, un grande orador, un grande hombre de Estado, una gloria que debía reivindicar hoy la nación española.

Pues qué, señores diputados, ¿no os acordais del nombre mas ilustre de Italia, del nombre de Manin? Dije el otro día que Garibaldi era muy grande, pero al fin era un soldado. Manin es un hombre civil, el tipo de los hombres civiles que nosotros hoy tanto necesitamos, y que tendremos, si no estamos destinados a perder la libertad: Manin, solo, aislado, fundó una república bajo las bombas del Austria, proclamó la libertad; sostuvo la independencia de la patria, del arte y de tantas ideas sublimes, y la sostuvo interponiendo su pecho entre el poder del Austria y la indefensa Italia. ¿Y quién era ese hombre cuyas cenizas ha conservado París, y cuyas exequias tomaron las proporciones de una perturbación del orden público en París, porque había necesidad de impedir que fueran sus admiradores, los liberales de todos los países, a inspirarse en aquellos restos sagrados (porque no hay ya fronteras en el mundo, todos los amantes de la libertad se confunden en el derecho), quién era, digo, aquel hombre que hoy descansa, no donde descansan los antiguos dux, sino en el pórtico de la mas ilustre, de la mas sublime basílica oriental, de la basílica de San Marcos? ¿Qué era Manin? Descendiente de judíos. ¿Y qué eran esos judíos? Judíos españoles. De suerte queal quitarnos a los judíos nos habéis quitado infinidad de nombres que hubieran sido una gloria para la patria.

Señores diputados, yo no sólo fui a Roma, sino que también fui a Liorna y me encontré con que Liorna era una de las mas ilustres ciudades de Italia. No es una ciudad artística ciertamente, no es una ciudad científica, pero es una ciudad mercantil e industrial de primer orden. Inmediatamente me dijeron que lo único que había que ver allí era la sinagoga de marmol blanco, en cuyas paredes se leen nombres como García, Rodríguez, Ruiz, etcétera. Al ver esto, acerquéme al guía y le dije: «Nombres de mi lengua, nombres de mi patria»; a lo cual me contestó: «Nosotros todavía enseñamos el hebreo en la hermosa lengua española, todavía tenemos escuelas de español, todavía enseñamos a traducir las primeras paginas de la Biblia en lengua española, porque no hemos olvidado nunca, después de mas de tres siglos de injusticia, que allí estan, que en aquella tierra estan los huesos de nuestros padres». Y había una inscripción y esta inscripción decía que la habían visitado reyes españoles, creo que eran Carlos IV y María Luisa, y habían ido allí y no se habían conmovido y no habían visto los nombres españoles allí esculpidos. Los Médicis, mas tolerantes; los Médicis, mas filósofos; los Médicis, mas previsores y mas ilustrados, recogieron lo que el absolutismo de España arrojaba de su seno, y los restos, los residuos de la nación española los aprovecharon para alimentar su granciudad, su gran puerto, y el faro que le alumbra arde todavía alimentado por el espíritu de la libertad religiosa.

Señores diputados: me decía el señor Manterola (y ahora me siento) que renunciaba a todas sus creencias, que renunciaba a todas sus ideas, si los judíos volvían a juntarse y volvían a levantar el templo de Jerusalén. Pues qué, ¿cree el señor Manterola en el dogma terrible de que los hijos son responsables de las culpas de sus padres? ¿Cree el señor Manterola que los judíos de hoy son los que mataron a Cristo? Pues yo no lo creo; yo soy mas cristiano que todo eso, yo creo en la justicia y en la misericordia divinas.

Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios mas grande, mas grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios, y sin embargo, diciendo: «¡Padre mío, perdónalos, perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que se hacen!».Grande es la religión del poder, pero es mas grande la religión del amor; grande es la religión de la justicia implacable, pero es mas grande la religión del perdón misericordioso; y yo, en nombre del Evangelio, vengo aquí, a pediros que escribais en vuestro código fundamental la libertad religiosa, es decir, libertad, fraternidad, igualdad entre todos los hombres.


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