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Constitucion politica - DILES QUE NO ME MATEN



ES QUE SOMOS MUY POBRES

AQUI todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sabado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajarsenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papa eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleandose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejavan, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.

Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papa le regaló para el día de su santo se la había llevado el río



El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.

Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sinparar. Se notaba en que el ruido del río era mas fuerte y se oía mas cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.

A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente.


Y por el otro lado, por donde esta el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuando, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y por eso nomas la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la mas grande de todas las que ha bajado el río en muchos años.

Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace mas espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decíala gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papa se la regaló para el día
de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.

No acabo de saber por qué se le ocurriría a La Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo mas seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomas por nomas. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.

Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vezbramó pidiendo que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo.

Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él , estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de arboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.

Nomas por eso, no sabemos si el becerro esta vivo, o si se fue detras de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos.

La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papa con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para darsela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las mas grandes.

Según mi papa, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar conhombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcandose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.


Entonces mi papa las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero mas tarde ya no pudo aguantarlas mas y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas.
Por eso le entra la mortificación a mi papa, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el animo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.

La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojala no se le haya ocurrido pasar el río detras de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha esta tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamano quiere.
Mi mama no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para aca, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: 'Que Dios las ampare a las dos.'
Pero mi papa alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.

-Sí -dice-, le llenara los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabara
mal; como que estoy viendo que acabara mal.

Ésa es la mortificación de mi papa.
Y Tacha llora al sentir que su vaca no volvera porque se la ha matado el río. Esta aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río sehubiera metido dentro de ella.

Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con mas ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de alla salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición

¡DILES QUE NO ME MATEN!

¡DILES que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

-No puedo.Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.

-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver alla.

-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué, consigues.

-No. No tengo ganas daacutaacute;n ir. Según eso, yo soy tu hijo. Y Si voy mucho con ellos, acabaran por saber quién soy y les dara por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.

-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lastima de mí. Nomas eso diles.

Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:-No.

Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.

Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:

-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidara de mi mujer y de los hijos?

-La Providencia, Justino. Ella se encargara de ellos. Ocúpate de ir alla y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.

Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado.

Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada mas por nomas como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones.Él se acordaba

Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por mas señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra yque, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.

Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negandole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero.

Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomas se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.

Y él, y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo.

Hasta que una vez don Lupe le dijo:

-Mira, Juvencio, otro animal mas que metas al potrero y te lo mato.

Y él contestó

Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahi se lo haiga si me los mata.

'Y me mató un novillo.

'Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo,porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni elembargo de mi casa para pagarle la salida de la carcel T odavía después, se pagaron con lo que quedaba nomas por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo esta.

'Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muhachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos , no había que tener miedo.

'Pero los demas se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuciado para asustarme y seguir robandome. Cada que llegaba alguien al pueblo me avisaban:

'-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.

'Y yo echaba pal monte, entreverandome entre los madroños y pasandome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida.'

Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, derepente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.

Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer ? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demas, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.

Pero para eso lo habían traído de alla , de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.

Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía decerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.

Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quiza buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.

Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía mas, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.

Su ojos, que se habían apeñuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne.

Se vino largo rato desmenuzandola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que seria el último.

Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaranque se fuera: 'Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos', iba a decirles, pero se quedaba callado. 'Mas adelantito se lo diré', pensaba.

Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeandose y agachandose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.

Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida
en que todo parece chamuscado.
Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.

Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.
Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.

Y ahora seguía junto a ellos, aguantandose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De maneraque cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:

-Yo nunca le he hecho daño a nadie- eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.

Entonces pensó que no tenía nada mas que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cua tro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.

-Mi coronel aquí esta el hombre.

Se habían detenido delante del boquete de la puerta.Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:

-¿Cual hombre? -preguntaron.

-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.

-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima- volvió a decir la voz de alla adentro.

-¡Ey, tú ¿Que si has habitado en Alima?-repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.

-Sí. Dile al coronel que de alla mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.

-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.

-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.

-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.

Entonces la voz de alla adentro cambió de tono:

-Ya sé que murió -dijo- Y siguióhablando como si platicara con alguien alla , al otro lado de la pared de carrizos:

-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enrraizar esta muerta. Con nosotros esos pasó.

'Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavandole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró mas de dos días perdido y que, cuando lo encotraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su famili a.'

'Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello esta aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdona r a ése , aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que esta, me da animos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca.'

Desde aca, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:

-¡Llévenselo y amarrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!

Mírame ,coronel -pidió él!-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. !No me mates!

-!Llévenselo!- volvió a decir la voz de adentro.

-Yahe pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado,siempre con el palpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coro.nel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. !No me mates! !Diles que no me maten!.

Estaba allí, Como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando. En seguida la voz de alla adentro dijo:

-Amarrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.

Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.

Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.

- Tu nuera y los nietos te extrañaran - iba didiciéndole-. Te miraran a la cara y creeran que no eres tú. Se les afigurara que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro degracia como te dieron.

LUVINADe los cerros altos del sur, el de Luvina es el mas alto y el mas pedregoso. Esta plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sa can ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo de que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir,porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.

'Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremoli na, como si alla abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despe&ntild e;adero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando elaire con sus ra mas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.

'Ya mirara usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcan; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo vera usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye mañana y tarde, hora tras hora, sin descan so, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo vera usted.'

El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia afuera.

Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los camichines, el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de los niños jugando en el peq ueño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda.

Los comejenes entraban y rebotaban contra la lampara de petróleo , cayendo al suelo con las alas chamuscadas.

Y afuera seguía avanzando la noche.

!Oye, Camilo, mandanos otras doscervezas mas! -volvió a decir el hombre. Después añadió: Otra cosa ,señor. Nunca vera usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte estad esteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un arbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted vera eso: aq uellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el mas alto,coronandolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto Los gritos de los niños se acercaron hasta meterse dentro de la tienda. Eso hiz o que el hombre se levantara, y fuera hacia la puerta y les dijera: '!Vayanse mas lejos! !No interrumpan! Sigan jugando, pero sin armar alboroto.'

Luego, dirigiéndose otra vez a la mesa, se sentó y dijo:
-Pues sí, como le estaba diciendo. Alla llueve poco. A mediados de año llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la des garran, dejando nada mas el pedregal flotando encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas; rebotando y pegando de truenos igual que si se quebraran en el filo de las barrancas. Pero después de diez o doce días se van y no regresan sino al año siguiente, y a veces se da el caso de que no regresen en variosaños.

'Sí llueve poco. Tampoco o casi nada, tanto que la tierra, ademas de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y de esa cosa que allí llama 'pasojos de agua', que no son sino terrones endurecidos c omo piedras filosas que se clavan en los pies de uno al caminar, como si allí hasta a la tierra le hubieran crecido espinas. Como si así fuera.'

Bebió la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo:

-Por cualquier lado que se le mire. Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para alla se dara cue nta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Esta allí como si allí hubiera nacido. Y hasta que se puede probar y sentir, porque esta siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como un gran cataplasma sobre la viva carn e del corazón.

'Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver cuando había luna en Luvina,fue la imaged el desconsuelosiempre.

'Pero tómese sucerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómeselo. O tal vez no le guste así tibia como esta. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; que agarra un sabor como a meados de burro. Aquí uno se acostumbra. A fe que alla ni siquiera esto se consigue. Cuando vaya a Luvina la extrañara. Allí no podra probar sino un mezcal que ellos hacen con una yerba llamada hojasé, y que a los primeros tragos estara usted dando de volteretas como si lo chacamotearan. Mejor tómese su cerveza. Yo sé lo que le digo.'

Alla afuera seguía oyéndose el batallar del río. El rumor del aire. Los niños jugando. Parecía ser aún temprano, en la noche.
El hombre se había ido a asomar una vez mas a la puerta y había vuelto.

Ahora venía diciendo: Resulta facil ver las cosas desde aquí, meramente traídas por el recuerdo, donde no tienen parecido ninguno. Pero a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hab landole de lo que sé, tratandose de Luvina. Alla viví. Alla deje la vidaFui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allaEsta bien. Me parece recordar el principio. Me pongo en su lugar y pienso Mire usted ,cuando yo llegué por primera vez a Luvina&(#191;Pero me permite antes que me tome su cerveza? Veo que usted no le hace caso. Y a mi me sirve de mucho. Mealivia. Siento como si me enju agara la cabeza con aceite alcanforadoBueno, le contaba que cuando llegué por primera vez a Luvina, el arriero que nos llevó no quiso dejar siquiera que descansaran las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio media vuelta:

'-Yo me vuelvo- nos dijo.

'-Espera, No vas a dejar sestear a tus animales? Estan muy aporreados.

'-Aquí se fregarían mas- nos dijo- mejor me vuelvo.

'Y se fue dejandose caer por la Cuesta de la Piedra Cruda, espoleando sus caballos como si se alejara de algún lugar endemoniado.

'Nosotros, mi mujer y mis tres hijos, nos quedamos allí, parados en la mitad d e la plaza, con todos nuestros ajuares en nuestros brazos. En aquel lugar en donde sólo se oía el viento

'Una plaza sola, sin una sola yerba para detener el aire. Allí nos quedamos.

'Entonces yo le pregunté a mi mujer:

-&(#191;En qué país estamos, Agripina?

'Y ella se alzó de hombros

'-Bueno.
Sino te importa, ve a buscar a dónde comer y dónde pasar la noche. Aquí te aguardamos
-le dije.

'Ella agarró al mas pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.

'Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las puntas de los cerros, fuimos a buscarla. Anduvimos por los callejones de Luvina, hasta que la encontramos metida en la iglesia:sentada mero en medio de aquellaiglesia solitaria, con el ni&ntil de;o dormido entre sus piernas.

'-&(#191;Qué haces aquí Agripina?

'-Entré a rezar- nos dijo.

'-¿Para qué Le pregunté yo.

'Y ella se alzó de hombros.

'Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada mas con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como un cedazo.

'-¿Dónde esta la fonda?

'-No hay ninguna fonda.

'-¿Y el mesón?

'-No hay ningun mesón

'-Viste a alguien? &(#191;Vive alguien aquí? -le pregunté.

'-Sí, allí enfrente unas mujeresLas sigo viendo. Mira, allí tras las rendijas de esa puerta veo brillar los ojos que nos miranHan estado asomandose para ac aMíralas. Veo las bolas brillantes de su ojosPero no tienen qué darnos de comer. Me dijeron sin sacar la cabeza que en este pueblo no había de comer Entonces entré aquí a rezar, a pedirle a Dios por nosot ros.

'¿Porqué no regresaste allí? Te estuvimos esperando.

'-Entré aquí a rezar. No he terminado todavía.

'-¿Qué país éste, Agripina?

' Y ella volvió a alzarse de hombros.

'Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detras del altar desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo pasar encima de nosotros, con sus largos aullidos; loestuv imos oyendo entrar y salir de los huecos socavones de las puertas; golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis: unas cruces grandes y duras hechas con palo de mezquite que colgaban de las paredes a todo lo largo de la iglesia, amarradas con a lambres que rechinaban a cada sacudida del viento como si fuera un rechinar de dientes.

'Los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Y mi mi mujer, tratando de retenerlos a todos entre sus brazos. Abrazando su manojo de hijos. Y yo allí, sin saber qué hacer.

'Poco después del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo
un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo , como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos c on su pesoSe oía la respiración de los niños ya descansada. Oía el resuello de mi mujer ahí a mi lado:

'-&(#191;Qué es? -me dijo.
'
-¿Qué es qué le pregunté.
'-Eso, el ruido ese.

'-Es el silencio. Duérmete. Descansa, aunque sea un poquito, que ya va a amanecer.

'Pero al rato oí yo también. Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear mas fuerte, como si parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas y las vi. Vi atodas las mujeres de Luvina con su cantaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche.

'-¿Qué quieren les pregunté- &(#191;Qué buscan a estas horas?

' Una de ellas respondió:

'-Vamos por agua.

'Las vi paradas frente a mí, mirandome. Luego como si fueran sombras, echaron a caminar calle abajo con sus negros cantaros.

' No, no se me olvidara jamas esa primera noche que pasé en Luvina.

'$(#191;No cree que esto se merece otro trago? Aunque sea nomas para que se me quite el mal sabor del recuerdo.'

-Me parece que usted me preguntó cuantos años estuve en Luvina, ¿verdad La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eter nidadY es que alla el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonandose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza.

'Usted ha de pensar que le estoy dando vueltas a una misma idea. Y así es, sí señorEstar sentado en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojan dose los resortes y entonces todo se quedaquieto, sin tiempo, como si viviera siempre en la eternidad. Esto hacen allí los viejos.

'Porque en Luvina sólo viven los puros viejos y los que todavía no han nacido, como quien diceY mujeres sin fuerzas, casi trabadas de tan flacas. Los niños que han nacido allí se han idoApenas les clarea el alba y ya son hombres. Como quien dice, pegan el brinco del pecho del pecho de la madre al azadón y desaparecen de Luvina. Así es allí la cosa.

'Sólo quedan los puros viejos y las mujeres solas, o con un marido que anda donde sólo Dios sabe dóndeVienen de vez en cuando como las tormentas de que les hablaba; se oye un murmullo en todo el pueblo cuando regresan y uno como gruñido cuando se vanDejan el costal de bastimento para los viejos y plantan otro hijo en el vientre de sus mujeres, y ya nadie vuelve a saber de ello hasta el año siguiente, y a veces nuncaEs la costumbre. Allí le dicen la ley, pero es lo mismo. Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quién sabe cuantos atras de ellos cumplieron con su ley

'Mientras tanto, los viejos aguardan por ellos por el día de la muerte, sentados en sus puertas, con los brazos caídos, movidos sólo por esa gracia que es la gratitud del hijoSolos, en aquella soledad de Luvina.

'Un día traté deconvencerlos de que se fueran a otro lugar, donde la tierra fuera buena. '!Vamonos de aquí! -les dije-. No faltara modo de acomodarnos en alguna parte. El gobierno nos ayudara.'

'
Ellos me oyeron ,sin parpadear, mirandome desde el fondo de sus ojos, de los que sólo se asomaba una lucecita alla muy adentro.

-&(#191;'Dices que el gobierno nos ayudara, profesor?

&(#191;Tú no conoces al gobierno?

'Les dije que sí.

-'También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. DE lo que no sabemos nada es de la madre de gobierno.
'
Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no . Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron los dientes molenques y me dijeron que no, que el gobierno no tenía madre.

'Y tienen razón, &(#191;sabe usted? El señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de los muchachos ha hecho alguna fechoría aca abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan. De ahí en m&aac ute;s no saben si existe.

'Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar hambres sin necesidad -me dijeron-. Pero si nosotros nos vamos, Quién se llevara a nuestros muertos? Ellos viven aquí y n o podemos dejarlos solos.

'Y alla siguen. Usted los vera ahora que vaya, Mascando bagazos de mezquite seco y tragandose supropia saliva. Los mirara pasar como sombras, repegados al muro de las casas. casi arrastrados por el viento.

-&(#191;'No oyen ese viento?- Les acabé por decir-. Él acabara con ustedes.

'Dura lo que debe de durar. Es el mandato de Dios me contestaron. Malo cuando deja de hacer aire. Cuando eso sucede ,el sol se arrima mucho a Luvina y nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo. El aire hace que el sol se esté alla arriba. Así es mejor.

'Ya no volví a decir nada. Me salí de Luvina y no he vuelto ni pienso regresar.

'Pero mire las maromas que da el mundo. Usted va para alla ahora, dentro de pocas horas. Tal vez ya se cumplieron quince años que me dijeron a mí lo mismo: 'Usted va a ir a San Juan Luvina.' En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas..Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plata encima par plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso. Hice el experimento y se deshizo

'San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que all&iacut e; sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme amí. Conmigo acabó. Usted que va para alla comprendera pronto lo que le digo

' &(#191;Qué opina usted si le pedimos a este señor que nos matice unos mezcalitos? Con la cerveza se levanta uno a cada rato y eso interrumpe mucho la platica. !Oye , Camilo, mandanos ahora unos mezcales!

'Pues sí, como le estaba yo diciendo'

Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos.

Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas.

El hombre que miraba a los comejenes se recostó sobre la mesa y se quedó dormido.

N0 OYES LADRAR LOS PERROS

-TÚ QUE vas alla arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.

-No se ve nada.

-ya debemos estar cerca.

-Sí, pero no se oye nada.

-Mira bien.

-No se ve nada.

-Pobre de ti, Ignacio.

La sombra larga y negra de los hombres siguió moviendose de arriba abajo, trepandose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.

La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.

-Ya debemos estarllegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.

-Sí, pero no veo rastro de nada.

-Me estoy cansando.

-Bajame.

El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que alla atras, horas antes, le. habían ayudado a echarselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.

-¿Cómo te sientes?

-Mal.

Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuando le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. É1 apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:

-¿Te duele mucho?

-Algo -contestaba él.

Primero le había dicho: 'Apéame aquí Déjame aquí Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco.' Se lo había dicho comocincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía mas su sombra sobre la tierra.

-No veo ya por dónde voy -decía él.

Pero nadie le contestaba.

El otro iba alla arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él aca abajo.

-¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.

Y el otro se quedaba callado.

Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.

-Este no es ningún camino. Nos dijeron que detras del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que esta cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas alla arriba, Ignacio?

-Bajame, padre.
-¿Te sientes mal?
-Sí

-Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
-Te llevaré a Tonaya.
-Bajame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
-Quiero acostarme un rato.
-Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bienagarrado.

La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.

-Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre.
Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da animos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo mas que puras dificultades, puras mortificaciones, puras verguenzas.

Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.

-Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volvera a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: '¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le dí!' Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo delrobo y matando gente ,Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. E1 que lo bautizóa usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: 'Ese no puede ser mi hijo.'

-Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde alla arriba, porque yo me siento sordo.
-No veo nada.
-Peor para ti, Ignacio.
-Tengo sed.
-¡Aguantate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
-Dame agua.
-Aquí no hay agua. No hay mas que piedras. Aguantate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
-Tengo mucha sed y mucho sueño.
-Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo mas que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ellaestuviera viva a estas alturas.

Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceandolo de un lado para otro Y. le pareció que la cabeza; alla arriba, se sacudía comó si sollozara.
Sobre su cabello sintió quei caían gruesas gotas, como de lagrimas.

-¿Lloras , Ignacio ? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido dercir: 'No tenemos a quién darle nuestra lastima '. ¿Pero usted, Ignacio?

Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejavan, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo,como si lo húbieran descoyuntado.

Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
-¿Y tú no los oías, Ignacio? -dijo . No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza. ..

FIN … 4 –666




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